La Eucaristía puede verse desde muchos puntos de vista. Al hacer presente y darnos a Jesucristo, Dios y hombre, no es de extrañar. Él es infinito en su divinidad, por lo que las formas de acercarse a Él son infinitas, como demuestran los múltiples carismas de la Iglesia. Por eso, la fiesta del Córpus Christi de este año se centra especialmente en los aspectos sacrificiales y de alianza de la Eucaristía, remontándose a la celebración de la alianza entre Dios e Israel en el monte Sinaí. Hay muchos vínculos entre ese episodio, con la entrega de la Ley y la ofrenda de animales en sacrificio, y la Última Cena y la muerte de Cristo en la Cruz.

Así como Moisés recibió una ley de Dios, Cristo -como Dios mismo- nos dio una nueva ley, que comenzó en su sermón de la Montaña, pero culminó en su nuevo mandamiento, promulgado precisamente en la Última Cena. La ley expresaba las condiciones de la alianza con Dios, pero esta debía ser ratificada mediante un sacrificio y una comida ritual. Así, Moisés envió a unos jóvenes a ofrecer holocaustos y luego roció la mitad de la sangre de los animales sobre el altar (representando la parte del pacto que correspondía a Dios) y la otra mitad sobre el pueblo (representando su parte). Jesús envió a dos discípulos a preparar la cena pascual en la que ya no ofrecería animales, sino a sí mismo, y la sangre -la sangre del cáliz es la misma que se derramó en el Calvario- no sólo sería rociada sobre nosotros, sino que la recibiríamos dentro de nosotros mismos. De este modo, la unión entre Dios y el hombre ya no es meramente externa y ritual, sino profundamente interior: mientras que Dios descendió para unirse a su pueblo, Israel, ahora Dios entra en nosotros para estar con nosotros personalmente, aunque siempre dentro de la Iglesia. Así, Jesús en el evangelio de hoy deja claro que “esta es mi sangre de la alianza”. Moisés y los ancianos comerán después con Dios en la montaña, en lo que se representa como una especie de palacio celestial. La comida anterior del cordero que los israelitas habían comido para liberarse de Egipto, salvados por su sangre pintada en los postes de sus puertas, era como la comida de la alianza del pueblo. Ahora todos los miembros de la Iglesia pueden participar en la cena de la Alianza de Cristo, Cordero de Dios, comiendo su cuerpo y su sangre como anticipo del cielo. Participamos ya en la liturgia celestial del Cordero, que vemos descrita en el Apocalipsis. Como nos dice la segunda lectura de hoy, Cristo ha ido al santuario celestial como mediador de una alianza mayor, una alianza que renovamos y de la que participamos en cada Misa.