Comentario al XI Domingo del Tiempo Ordinario
Los tiempos de Dios son distintos de los nuestros. Actúa según un horario diferente. Y así nos lo dice el evangelio de hoy: “El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega”
Esto es fe, aceptar que Dios hace las cosas a su tiempo y a su manera: hay tanto que no vemos y tan poco que realmente podemos controlar. No vemos la semilla que crece bajo tierra. Sólo vemos el barro negro y feo del campo. Pero la semilla tiene que pasar por esta fase: forma parte de su crecimiento. Y no importa si estamos despiertos o dormidos: permanecer despierto no hará que la semilla crezca más rápido. No es nuestra actividad, nuestro poder… Es el poder de Dios.
De hecho, a veces estropeamos las cosas por exceso de actividad, como cuando, por ejemplo, abrimos el horno con demasiada frecuencia al cocinar para ver cómo va la comida o para interferir en ella. Al hacerlo, podríamos estropearla. Hay que dejar que Dios haga las cosas a su tiempo, a su manera. Simplemente nos pide que seamos pacientes, tengamos fe y recemos. A veces rezamos por una invención extraordinaria de Dios y no ocurre nada. Pero luego, con el tiempo y la oración, las cosas se arreglan solas. A su tiempo.
Esto no es pasividad. Hay cosas que podemos y debemos hacer. El agricultor debe preparar el campo, echar abono, quitar las malas hierbas, mantener alejadas las plagas… Hay cosas que también tenemos que hacer en nuestra vida cristiana. Tenemos que quitar las malas hierbas lo mejor que podamos luchando contra los malos hábitos y las adicciones. Tenemos que alejar las plagas, lo que puede significar alejarnos de las malas compañías, de la televisión o de internet. Y llega el momento de cosechar. Pero, en última instancia, no podemos hacer crecer la semilla. Eso está más allá de nuestro poder.
Tampoco debemos preocuparnos por lo pequeños que sean los comienzos, nos dice Jesús. Un grano de mostaza es algo muy pequeño. Muchas veces nuestros esfuerzos, nuestras buenas acciones, son granos de mostaza. Pero necesitamos fe para creer en el poder de las cosas pequeñas. Dios les dará crecimiento y, con el tiempo, se convertirán en un árbol donde muchos pájaros construyan sus nidos, donde las familias y las comunidades puedan florecer y sostenerse, haciendo su propia vida.