Una de las tareas más comunes a la que nos hemos de enfrentar los sacerdotes es la de explicar a nuestros feligreses la importancia que tiene saber ordenar nuestro tiempo, de tal modo que pongamos primero las cosas más importantes que debemos hacer y que no podemos posponer; después, aquellas cosas que son importantes y necesarias, pero no urgentes; y, por último, todo aquello que podemos hacer ahora, más tarde o quizás nunca.

Si somos sinceros con nosotros mismos, muchos de nosotros hemos de reconocer que con bastante frecuencia solemos alterar el orden de nuestras “tareas”: Primero hacemos todo aquello que porque nos lo mandan no podemos dejar de hacer. Segundo, hacemos los que más nos gusta, sea o no necesario, y normalmente le dedicamos a ello, incluso, más tiempo del necesario: deporte, televisión, internet, redes sociales, compras y un largo etcétera que dependerá de los gustos de cada uno. Y, por último, hacemos aquellas cosas que, aunque son necesarias, las posponemos porque nos resultan más dificultosas o sencillamente no nos gustan.

En el fondo, nuestro modo de actuar está regido con bastante frecuencia más por lo que nos gusta que por lo que realmente tenemos que hacer: ¿quién no ha dejado la Misa para lo último del domingo? ¿Quién no ha pospuesto para más tarde arreglar algo que se había roto y para lo que nunca encontramos tiempo para repararlo? Y en el sentido totalmente contrario también ocurre: ¿en cuántas ocasiones hacemos primero cosas que no son realmente urgentes pero que nos resultan más agradables?

Si en nuestra vida normal actuamos así, en nuestra vida espiritual no es muy diferente. ¿En cuántas ocasiones hemos dejado de ir a Misa un domingo, de leer la Biblia o de rezar el Santo Rosario porque nos ha salido “un plan mejor”?

El cuento de hoy nos va a enseñar el orden que hemos de seguir a la hora de realizar nuestras actividades: un orden que no debe estar regido tanto por el gusto cuanto por la necesidad, la urgencia o incluso la conveniencia.

Érase una vez un experto asesor de empresas que se dedicaba a dar conferencias por todo el país enseñando a los trabajadores cuál era el mejor modo de gestionar el tiempo de trabajo. Nuestro conferenciante en una de esas charlas quiso sorprender a los asistentes poniéndoles un sencillo ejemplo.

Se agachó y sacó de debajo del escritorio un frasco de cristal grande de boca ancha. Lo colocó sobre la mesa, junto a una bandeja con piedras del tamaño de un puño, y preguntó:

¿Cuántas piedras piensan que entran en el frasco?

Después de que los asistentes hicieran sus conjeturas, empezó a meter piedras hasta que llenó el frasco. Luego preguntó:

¿Está lleno?

Todo el mundo lo miró y asintió. Entonces sacó de debajo de la mesa un cubo con grava. Metió grava en el frasco y lo agitó. Las piedrecillas penetraron por los espacios que dejaban las piedras grandes.

El experto sonrió con ironía y repitió:

¿Está lleno?

Esta vez los oyentes dudaron y dijeron:

¿Tal vez no?

¡Bien! – afirmó el experto al tiempo que ponía en la mesa un cubo con arena que comenzó a introducir en el frasco. La arena se filtraba en los pequeños recovecos que dejaban las piedras y la grava.

¿Está lleno? – preguntó de nuevo.

¡No! – exclamaron los asistentes.

Bien – dijo, mientras tomaba una jarra de agua de un litro que comenzó a verter en el frasco. El frasco aún no rebosaba.

Bueno, ¿qué hemos demostrado? – preguntó.

Que no importa lo llena que esté tu agenda: si lo intentas, siempre puedes hacer que quepan más cosas – respondió un asistente.

¡NO, NO! – se alarmó el experto – lo que esta lección nos enseña es que si no colocas las piedras grandes primero nunca podrás colocarlas después.

Los asistentes aplaudieron ante esta lección práctica y sacaron una buena enseñanza para aplicar en su trabajo y también en sus vidas.

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Y si en las cosas que hemos de hacer debemos seguir un orden, ¡cuánto más en aquellas en las que ponemos nuestro corazón y de las que depende nuestra vida terrena y más tarde, la vida futura!

¿Cuáles son las grandes piedras en tu vida? ¿Dios, tus hijos, tus amigos, tus sueños, tu salud, la persona amada? ¿Cuáles son las grandes piedras en tu trabajo? ¿Cuáles son tus prioridades? Recuerda ponerlas primero. El resto encontrará su lugar.

Con palabras más profundas nos lo enseñó el mismo Jesucristo: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, lo demás se os dará por añadidura” (Mt 6:33)