Comentario al XIII Domingo del Tiempo Ordinario
Nuestro Señor muestra una notable mezcla de determinación, flexibilidad y paciencia en su misión. Esto es especialmente evidente en el evangelio de hoy, en el que vemos constantemente a Jesús dispuesto a ir donde se le pide, adaptando sus planes, sin la menor prisa, pero todo ello inspirado por un claro sentido de seguir la voluntad del Padre.
Jesús sabe lo que quiere hacer y lo hace con calma, sin inquietarse en ningún momento. Y, sin embargo, las multitudes bullen a su alrededor, la gente reclama su atención o le toca, los discípulos le responden nerviosos, la gente llora y se lamenta en voz alta, o se ríen de él.
Jesús acaba de expulsar a miles de demonios de una sola persona: una batalla dura y agotadora. Al cruzar en barca a la otra orilla, una gran multitud se reúne a su alrededor. En medio de esa multitud, con Jesús sin duda dispuesto a enseñarles, un tal Jairo le ruega que venga a curar a su hija. Jesús le sigue sin rechistar.
En el camino, se produce otra interrupción. Una mujer que sufría una dolorosa hemorragia desde hacía doce años le toca. Sintiendo que se le va la fuerza, Jesús se detiene: curar a la mujer no es suficiente, quiere ayudarla a crecer en la fe. Por eso la pone a prueba antes de curarla, incluso hay tiempo para una discusión con sus discípulos. Podemos imaginar la impaciencia de Jairo mientras todo esto ocurría. Y entonces se confirman sus peores temores. Le comunican que su hija ha muerto.
Jesús le dice: “No temas; basta que tengas fe”. Se demora aún más, impidiendo que todos los demás le acompañen y permitiendo que sólo lo hagan Pedro, Santiago y Juan. Después de haber expulsado de la casa a todos los que lloraban (se toma más tiempo), Jesús cura finalmente a la niña con gran paciencia y dulzura: “Contigo hablo, niña, levántate”. Ella lo hace, e incluso se nos dice que a Jesús se le ocurre decirles que le den algo de comer.
Esta es una gran lección para nosotros. Estar decididos a hacer el bien y no dejar que nada nos disuada, pero con calma, paciencia y flexibilidad.
Una de las razones por las que carecemos de misericordia -y éste podría ser un defecto particular de las personas trabajadoras y motivadas- es que tenemos todo tipo de cosas que queremos hacer, quizá cosas muy buenas para el servicio de Dios, y no nos gusta que nos interrumpan.
Lo que tendríamos que aprender es que esas interrupciones podrían ser Nuestro Señor diciéndonos lo que quiere que hagamos.