Jesús envía a sus apóstoles a predicar carentes de los recursos básicos, pero con lo único que realmente necesitan: su mandato. Les da “autoridad sobre los espíritus inmundos” pero “les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja”. Podían llevar sandalias, pero no dos túnicas. Es interesante que, en otros relatos en los que Jesús envía a sus discípulos, también insiste en la pobreza radical, pero hay ligeras diferencias en cuanto a lo que pueden o no pueden llevar. Por ejemplo, en Mt 10, 10 no se les permite llevar bastón ni sandalias. La cuestión es que lo que importa es la pobreza radical, pero qué es exactamente la pobreza radical puede variar según las circunstancias. En algunos lugares algo es realmente una necesidad indispensable, en otros no lo es.

Jesús nos está diciendo que el único requisito esencial es su mandato, la llamada de Él, la autoridad que nos da. Si tenemos esto, nada más es tan importante. Y sin ello, nada tendrá éxito. Hay un episodio, por ejemplo, en el que los israelitas -habiéndose negado a entrar en la Tierra Prometida cuando Dios les dijo que lo hicieran- intentan hacerlo más tarde, pero en contra de su voluntad. No es de extrañar que todo el esfuerzo acabe en un completo desastre (Nm 14, 39-45; Dt 1, 41-45).

Una idea similar aparece en la primera lectura de hoy, en la que el sacerdote Amasías ordena al profeta Amós que abandone el santuario de Betel y regrese a la tierra de Judá. Este es “el santuario del rey y la casa del reino”, le dice a Amós. Un rey anterior, en la época del cisma entre el norte y el sur de Israel, había erigido Betel como santuario para impedir que la gente fuera a Jerusalén. Era una religión nacionalizada. Para Amasías, la autoridad de Betel procedía del rey. Pero Amós contraataca diciendo que su propia autoridad provenía de Dios. No había formado parte de una familia o grupo de profetas, sino que Dios le llamó cuando era un simple agricultor de sicomoros. Lo que cuenta es la llamada de Dios, no el patrocinio del rey.

Por eso, las lecturas de hoy nos enseñan a buscar nuestro apoyo donde hay que encontrarlo: en Dios, no en las posesiones, no en el poder humano. Lo único que importa es que Dios nos ha llamado, nos ha “elegido en Cristo”, como oímos en la segunda lectura. La llamada de Cristo es toda la autoridad y todo el apoyo que necesitamos.