Cuánto nos quejamos. De hecho, cada lengua tiene varias palabras para describir distintas formas de quejarse. Ciertamente, hay muchas quejas en las lecturas de hoy. Elías se queja. Está harto y pide a Dios que le quite la vida. En su defensa, tenía razones para sentir lástima de sí mismo. Acababa de enfrentarse a los 450 profetas del falso dios Baal y, aunque había salido victorioso, se sentía muy solo: perseguido y el único profeta que defendía al Dios verdadero, cuando todos los demás lo habían abandonado para adorar a dioses falsos.

También podemos quejarnos demasiado, a menudo con problemas del Primer Mundo. Nos centramos en lo que no tenemos, y no lo suficiente en los dones de Dios. Nuestra queja por lo que creemos que no tenemos nos lleva a dudar de Él. Pero si confiamos en Él, no nos defraudará.

Elías se quejó, pero Dios se ocupó de él. Le dio el pan y el agua milagrosos, que aparecieron sobre la piedra, dos veces. Y con ese pan y esa agua pudo caminar 40 días y 40 noches hasta el monte Horeb, donde se encontraría con Dios. Si somos fieles a Dios como lo fue Elías, Él nos dará todo lo que necesitemos: milagrosamente cuando sea necesario, aunque normalmente utiliza medios ordinarios.

El alimento milagroso que comió Elías, el pan milagroso que comieron los judíos en el desierto, todo apunta a un milagro mayor, el milagro de la Eucaristía del que Cristo empieza a hablar en el evangelio de hoy y que explicará más en la lectura del próximo domingo.

Se nos invita a preparar nuestros corazones para este don. Y una manera de hacerlo es precisamente fomentar en nuestra alma el sentido de la gratitud. No apreciamos la Eucaristía porque no somos suficientemente agradecidos. Nos quejamos de lo que no tenemos y, por tanto, despreciamos este don tan grande.

En el Evangelio, también hay quejas. “Los judíos murmuraban de él porque había dicho: ‘Yo soy el pan bajado del cielo’”. Esta queja y la referencia al pan recordarían a cualquier judío a los israelitas en el desierto, cuando Dios los sacó de Egipto. También entonces se quejaron, y precisamente por falta de pan. Y luego se quejaron, cuando consiguieron pan, de que querían carne. Y se quejaron cuando no había agua. Cada vez Dios les daba lo que querían: pan, carne, agua. Tomaron el regalo, pero no reconocieron al dador.