Cuentos con moraleja: “Estos abuelos tan maravillosos”
Érase una vez un niño, Francisco de nombre, que todas las tardes, cuando su madre se iba al trabajo, se quedaba en casa de su abuelo. Al abuelo le servía de distracción y entretenimiento, pues hacía años que su mujer había muerto y desde entonces vivía solo con sus recuerdos.
Uno de esos días, se encontró al abuelo escribiendo una carta a un viejo amigo que vivía en Bilbao y con quien había hecho la mili en Pontevedra por los años setenta.
El niño se acercó al abuelo y le dio un beso:
¡Hola, abueli! ¡Ya estoy aquí! Hoy tengo un montón de tarea del cole. Espero que me ayudes como siempre. La profe nos ha enseñado hoy a hacer restas, pero me resultan muy difíciles. Cuando puedas me enseñas, pues tú me lo explicas mejor.
El abuelo, que estaba concentrado escribiendo la carta a su amigo, se limitó a devolver el beso y a asentir con la cabeza sin dejar el lápiz que tenía en las manos.
Pocos minutos después, y ante el poco caso que el abuelo le hacía, el niño le preguntó:
¿Estás escribiendo una historia que nos pasó a los dos? ¿Es, quizá, una historia sobre mí?
El abuelo dejó de escribir, sonrió y dijo al nieto:
Estoy escribiendo sobre ti, es cierto. Sin embargo, más importante que las palabras es el lápiz que estoy usando. Me gustaría que tú fueses como él cuando crezcas.
El niño miró el lápiz intrigado y no vio nada de especial.
¡Pero si es igual a todos los lápices que he visto en mi vida!
Todo depende del modo en que mires las cosas – respondió el abuelo. Hay en él cinco cualidades que, si consigues tenerlas, harán de ti una persona feliz.
El abuelo, dejando a un lado la carta que estaba escribiendo a su amigo y no queriendo perder la oportunidad que se le brindaba en bandeja de transmitir un poco de su sabiduría, le dijo a su nieto:
Puedes hacer grandes cosas, pero no olvides nunca que existe una mano que deberá siempre guiar tus pasos. A esta mano la llamamos Dios. Él siempre te conducirá por el camino recto.
De vez en cuando deberás dejar de escribir y usar el sacapuntas. Eso hará que el lápiz sufra un poco, pero al final escribirá mejor. Eso quiere decir que deberás ser capaz de soportar algunos dolores y reveses. Estos aparecerán cuando menos te lo esperes, pero deberás aceptarlos con alegría porque te harán una mejor persona.
El lápiz siempre permite que usemos una goma para borrar aquello que está mal. En la vida será bastante frecuente tener que corregir cosas que ya hemos escrito, pero que o no están del todo bien o que se podrían escribir mejor.
Recuerda también que lo que realmente importa en el lápiz no es la madera ni su forma exterior, sino el grafito que hay dentro. Por lo tanto, cuida siempre de lo que sucede en tu mente y en tu corazón. De ahí es de donde saldrá todo lo bueno y todo lo malo.
Y la última cualidad del lápiz es que siempre deja una marca. De la misma manera, has de saber que todo lo que hagas en la vida dejará trazos. Intenta ser consciente de cada acción, pues en cada una de ellas podrás hacer muchas cosas buenas o malas.
Acabada la lección, Francisco se quedó mirando al lápiz y pensando:
¡Qué listo es mi abuelo! ¡Hasta de un vulgar lápiz sabe sacar un montón de enseñanzas!
Cuando su madre vino a recogerle pasadas las nueve de la noche, Francisco se despidió de su abuelo con un tremendo abrazo, con la cartera del cole en el hombro y enseñando el lápiz a su madre, dispuesto a explicarle en su camino de vuelta a casa la misteriosa lección que su abuelo le había enseñado esa tarde.