Comentario al XXVII Domingo del Tiempo Ordinario
El plan de Dios para el matrimonio es realmente hermoso. Como muestran las lecturas de hoy, todo comenzó cuando Dios entregó a Eva, la primera mujer, como esposa a Adán, el primer hombre. Adán está encantado de verla. Ella es la compañera, la igual, que él no podía encontrar en el resto de la creación. Y el texto concluye: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”.
Pero las cosas no tardaron en torcerse. Adán y Eva cayeron en el pecado y empezaron a culparse mutuamente: Adán culpó a Eva, y Eva culpó a la serpiente. Se produjeron todo tipo de abusos, en particular el maltrato y la opresión de la mujer, como la poligamia y el divorcio. Para intentar mejorar las cosas, Moisés permitió más tarde el divorcio, exigiendo que a la mujer divorciada se le diera al menos un certificado de divorcio, para que tuviera algún estatus legal que la protegiera.
Y esto nos lleva al evangelio de hoy, donde los fariseos preguntan a Jesús sobre esta cuestión. “¿Le es lícito al hombre repudiar a su mujer?”, y citan el permiso de Moisés para el divorcio. Pero Jesús da una respuesta sorprendente. “Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precepto”.
“Por la dureza de vuestro corazón”, y el permiso para divorciarse vino de Moisés, no de Dios. Jesús les recuerda entonces el plan original de Dios. En otras palabras, el permiso para divorciarse nunca fue el plan de Dios: sólo fue una concesión hecha por el hombre “por la dureza de vuestro corazón”. Incluso los discípulos se sorprenden, pero Jesús insiste: divorciarse del cónyuge e intentar casarse de nuevo no es un verdadero matrimonio, es adulterio porque, si tu primer matrimonio fue válido, sigues casado. Y concluye: “Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”.
Aceptar el divorcio es dudar de Dios y de su poder. Es casi una blasfemia. Cuando Dios une a dos personas, las une por su poder con un vínculo irrompible y no debemos dudar de ello.
Y con el divorcio viene ese otro gran mal, la anticoncepción. Por eso es interesante que, habiendo dejado claro que el divorcio es malo, Jesús muestre luego su amor por los niños. “Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios”. Luego leemos: “tomándolos en brazos los bendecía imponiéndoles las manos”. La Biblia sólo muestra a Dios alentando y bendiciendo la apertura a la vida. En ninguna parte nos desaconseja Dios tener hijos.