Hoja Dominical Semanal nº 3 / 22 de noviembre de 2020
Parroquia de San Antonio
El sueño desempeña un papel importante en los dos grandes episodios de las lecturas de hoy. En el Evangelio, tras un tiempo de sueño, Pedro, Santiago y Juan vislumbran la gloria divina de Cristo en la Transfiguración. Y, en la primera lectura, justo antes de que Dios haga un pacto con Abraham, se nos dice que “un sueño profundo [le] invadió”. Parece como si, en nuestro estado humano débil y caído, la gloria divina fuera más de lo que podemos soportar. Al igual que nuestro cuerpo empieza a fallar en condiciones extremas, nuestra alma parece fallar en presencia del poder divino. No es de extrañar, pues, que necesitemos una gracia especial, la elevación de nuestra naturaleza, para poder gozar de la Visión Beatífica en el cielo.
Dice el Evangelio: “Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él”. La Cuaresma también exige despertar a Dios, levantarnos de nuestra pereza, para ver mejor su gloria. Tan deliciosa es esta gloria que Pedro parece casi delirar y expresa a Jesús (“No sabía lo que decía”), su deseo de prolongar la experiencia.
La segunda lectura habla también de la gloria y contrapone dos posibles formas de ella: una mala gloria terrenal, la de los que se glorían en su vergüenza y hacen de “su Dios, el vientre”, y la verdadera gloria del cielo, donde Jesús “transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso”. Podríamos complacer a nuestro cuerpo y buscar placeres vergonzosos y celebridad, lo que nos llevará al infierno: “su paradero es la perdición”. O podemos someter nuestro cuerpo, sobre todo en las penitencias cuaresmales, con la esperanza de su glorificación eterna en el cielo. La autoindulgencia sólo nos hace perezosos para las cosas de Dios. La abnegación adecuada nos hace más atentos a lo espiritual.
Así pues, las lecturas de hoy nos animan a salir del letargo de la somnolencia espiritual – cuántas veces estamos adormilados y distraídos en nuestra oración – y de la pereza de la autoindulgencia para experimentar la gloria de Dios. Podemos vislumbrarla en la tierra, como la vislumbraron los tres discípulos en la montaña, pero su pleno disfrute llega en el cielo. Como nos dice el salmo de hoy: “Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida”.