Hoja Dominical Semanal nº 3 / 22 de noviembre de 2020
Parroquia de San Antonio
Este domingo celebramos una de las grandes fiestas del calendario cristiano: la Solemnidad de la Santísima Trinidad. No conmemoramos un hecho, como en otras solemnidades, sino el misterio central de nuestra fe: un solo Dios en tres Personas, comunión de amor eterno entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
La Trinidad no es un enigma para resolver, sino una fuente de vida y de relación. Dios no es soledad, sino comunidad. Dios es amor que se da, se recibe y se comparte. Y ese amor ha salido a nuestro encuentro: el Padre nos ha creado por amor, el Hijo nos ha redimido por amor, el Espíritu nos acompaña y fortalece por amor. Nosotros, creados a imagen de este Dios trinitario, solo podemos realizarnos plenamente en el amor compartido, en la comunión y en la entrega mutua.
Este mismo domingo la Iglesia celebra la Jornada Pro Orantibus, dedicada a recordar, agradecer y apoyar a quienes han sido llamados a una vocación de vida contemplativa: monjes, monjas y religiosos que, retirados del mundo, sostienen al mundo con su oración. Ellos viven muchas veces en silencio, lejos de los focos, pero su vida es como una llama encendida ante Dios por toda la humanidad. No producen bienes de consumo ni ocupan titulares, pero su existencia es fecunda: interceden por nosotros, por la Iglesia y por el mundo, desde la fidelidad sencilla y perseverante.
El lema de esta jornada, “Orar con fe, vivir con esperanza”, es especialmente actual. En un tiempo herido por el ruido, la incertidumbre y la prisa, necesitamos recuperar la oración confiada y la esperanza serena. La fe nos ancla en Dios, la oración nos abre al misterio, la esperanza nos proyecta hacia el futuro que Él ya ha vencido. Los contemplativos no son personas que huyen del mundo, sino testigos de que hay otra manera de estar en él: desde Dios y para los demás. Son como ventanas abiertas al cielo. En ellos se transparenta la Trinidad, que es comunión, entrega y paz.
Hoy, en esta solemnidad, pidamos al Señor: Que nuestra fe no sea solo saber cosas sobre Dios, sino vivir con Él y en Él. Que nuestra oración sea encuentro real y fuente de sentido. Que nuestra esperanza no sea ilusión pasajera, sino certeza firme de que el amor de Dios lo sostiene todo. Y agradezcamos el don de los orantes, especialmente de quienes consagran su vida al silencio fecundo de la contemplación. Ellos nos recuerdan que el corazón del mundo late al ritmo de Dios.