El Papa León XIV, en su primer mensaje al mundo, nos ha recordado algo que está en el corazón mismo del Evangelio: la unidad. No es un sueño lejano, sino una tarea urgente y posible. En un tiempo marcado por divisiones, polarizaciones y prejuicios, su voz resuena como una campana que llama al encuentro, a la reconciliación y al amor.

El Papa nos habla de una unidad real, que nace del corazón de Dios. Hace una llamada a que la Iglesia sea signo y fermento de comunión, una casa abierta donde todos puedan entrar y encontrar un lugar, un rostro amigo, un corazón que acoge.

La unidad dentro de la Iglesia frente a divisiones y prejuicios León XIV nos invita a superar tensiones y rivalidades internas, recordando que lo que nos une es infinitamente más grande que lo que nos separa: Cristo vivo en medio de nosotros. Supone tender la mano al que piensa diferente, ofrecer perdón y acoger el perdón que otros nos brindan. Romper las barreras de los prejuicios, porque todos somos hijos del mismo Padre.

La unidad para la misión. Una Iglesia unida es faro y refugio. El Papa nos llama a ser una “casa y escuela de comunión”, donde cada parroquia, comunidad y movimiento irradie unidad no solo dentro de sí, sino hacia la sociedad entera, convirtiéndose en levadura de fraternidad.

La unidad fundada en el amor. Todo esto se apoya en una palabra sencilla y exigente: en el amor servicial que escucha, que se arremanga, que se sacrifica por el otro. El amor es el cemento que mantiene firme la casa común de la Iglesia.

El Espíritu Santo nos ayuda a dar pasos concretos hacia la unidad: perdonar a quien nos ha herido, acercarnos a quien se ha alejado, colaborar con quienes sirven al mismo Evangelio, aunque no lo hagan de la misma forma que nosotros. La unidad es un don que se acoge, pero también una responsabilidad que se cuida.

Que en nuestro entorno podamos hacer nuestras las palabras del Papa León XIV y responder al deseo de Jesús: “Que todos sean uno… para que el mundo crea” (Jn 17, 21).