El Papa León XIV nos ha regalado su primera exhortación apostólica con un título profundamente evangélico: “Dilexi te”, que significa “Te he amado”. Con esas palabras, tomadas de Jesús, nos recuerda que el corazón del cristianismo no es una doctrina fría, sino un amor concreto que se hace servicio, cercanía y compasión, especialmente hacia los más pobres. Se trata del centro mismo del Evangelio. “El amor a los pobres no es una obra opcional, sino la verificación de nuestra fe”. Quien vive su fe sin abrir los ojos al dolor del hermano corre el riesgo de vivir un cristianismo sin encarnación.

La exhortación no se limita a hablar de pobreza material, amplía la mirada a las pobrezas modernas: la soledad, la falta de sentido, la exclusión, la indiferencia, el olvido de Dios. Estas heridas son el rostro del pobre de hoy, que espera ser reconocido, acompañado y amado.

“Dilexi te” nos descubre que los pobres no son sólo destinatarios de ayuda, sino también, maestros del Evangelio. “Ellos nos evangelizan, porque nos enseñan la confianza, la gratitud y la esperanza que nacen del corazón sencillo”. La Iglesia no debe situarse por encima de ellos, sino a su lado, aprendiendo y sirviendo.

También lanza una voz profética frente a las estructuras injustas que generan desigualdad y marginación. Denuncia una economía que “valora más las cosas que las personas”, y nos pide una conversión del estilo de vida: “No basta dar, hay que amar; no basta compadecerse, hay que comprometerse.”

Para nuestras comunidades, “Dilexi te” es una llamada a revisar nuestra manera de vivir la fe. ¿Nos preocupamos por los pobres cercanos a nosotros? ¿Tenemos espacio para ellos? ¿Sabemos reconocerlos en los bancos de la iglesia, en las calles del barrio, en los rostros cansados que piden escucha o consuelo? La caridad no es una tarea de algunos, sino la vocación de todos los bautizados. Cada gesto —una visita, un plato de comida, una palabra de aliento, una sonrisa compartida— puede ser un rayo del amor de Cristo.

Que esta exhortación sea para nosotros una llamada a volver al Evangelio puro y sencillo, donde el amor a Dios y el amor al pobre son la misma llama. Solo una Iglesia que ama a los pobres puede ser verdaderamente la Iglesia de Jesús.