Confirmación
La Confirmación se entiende en continuidad con el Bautismo, al cual está vinculado de modo inseparable.
Estos dos sacramentos, juntamente con la Eucaristía, forman un único evento salvífico, que se llama —«iniciación cristiana»—, en el que somos introducidos en Jesucristo muerto y resucitado, y nos convertimos en nuevas creaturas y miembros de la Iglesia.
He aquí por qué en los orígenes estos tres sacramentos se celebraban en un único momento, al término del camino catecumenal, normalmente en la Vigilia pascual. Así se sellaba el itinerario de formación y de inserción gradual en la comunidad cristiana que podía durar incluso algunos años.
El término «Confirmación» nos recuerda luego que este sacramento aporta un crecimiento de la gracia bautismal: nos une más firmemente a Cristo; conduce a su realización nuestro vínculo con la Iglesia; nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe, para confesar el nombre de Cristo y para no avergonzarnos nunca de su cruz (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 1303).
Por esto es importante estar atentos para que nuestros niños, nuestros muchachos, y los adultos que no hayan terminado este itinerario de Fe, reciban este sacramento.
Todos nosotros estamos atentos de que sean bautizados y esto es bueno, pero tal vez no estamos muy atentos a que reciban la Confirmación. De este modo quedarán a mitad de camino y no recibirán el Espíritu Santo, que es tan importante en la vida cristiana, porque nos da la fuerza para seguir adelante.
La Confirmación, como cada sacramento, no es obra de los hombres, sino de Dios, quien se ocupa de nuestra vida para modelarnos a imagen de su Hijo, para hacernos capaces de amar como Él. Lo hace infundiendo en nosotros su Espíritu Santo, cuya acción impregna a toda la persona y toda la vida, como se trasluce de los siete dones que la Tradición, a la luz de la Sagrada Escritura, siempre ha evidenciado.
El Espíritu nos da sus siete dones: Sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor De Dios. Y estos dones nos han sido dados precisamente con el Espíritu Santo en el sacramento de la Confirmación.
Por ello es necesario ser conscientes de aquello que se recibe. Con frecuencia somos conscientes de que muchos tras recibir la confirmación abandonan “de facto” la Iglesia.
No se trata de una catequesis más, un tiempo de charlas.
Sin una catequesis profunda que lleve a conocer y amar, a Jesucristo y a su iglesia, es poco probable que se entienda la misión que se completa en nosotros: la de ser enviados como testigos de Cristo en medio del mundo por la acción del Espíritu.
Jóvenes y adultos pueden unirse a esta preparación y caminar en la fe y unirse más plenamente a la Iglesia y sus tareas.
Cuando acogemos el Espíritu Santo en nuestro corazón y lo dejamos obrar, Cristo mismo se hace presente en nosotros y toma forma en nuestra vida; a través de nosotros, será Él, Cristo mismo, quien reza, perdona, infunde esperanza y consuelo, sirve a los hermanos, se hace cercano a los necesitados y a los últimos, crea comunión, siembra paz. Pensad cuán importante es esto: por medio del Espíritu Santo, Cristo mismo viene a hacer todo esto entre nosotros y por nosotros. Por ello es importante que los niños y los jóvenes reciban el sacramento de la Confirmación.