Comentario al Domingo XXVII del Tiempo Ordinario
Un día, se acercaron a Jesús sus Apóstoles y le pidieron: “Auméntanos la fe”. Ya les había advertido más de una vez que su fe era pequeña. Ahora les insiste: “Si tuvierais fe como un granito de mostaza…”.
La primera consecuencia de esta escena es la necesidad de pedir la fe. Se trata de una virtud infundida en el Alma con el Bautismo pero, lógicamente, no comienza a ejercitarse hasta tener un mínimo de razón (que en los niños, dicho entre paréntesis, puede ser más pronto de lo que parece, pues a los tres años ya distinguen a las personas y captan el bien y el mal a su manera). Esa semilla de fe está llamada a crecer y desarrollarse al igual que los músculos, en el caso de un niño. Nadie nace para quedarse pequeño, sino para llegar a adulto; lo mismo en la fe. Los rudimentos de fe del Bautismo están llamados a convertirse en una fe adulta, propia de un cristiano en el pleno sentido de la palabra.
Mas, a diferencia de los músculos, no se puede crecer en la fe por la simple fuerza de la voluntad. La fe es un don de Dios: lo mismo su inicio, que su crecimiento. Por lo tanto, hemos de pedírsela con confianza y humildad: auméntame la fe.
En todas las catequesis –familias, parroquias, colegios- hay que enseñar a pedir la fe; qué difícil resultará, para un adolescente, hacer frente a las dificultades religiosas con que se va a encontrar, si no ha aprendido –desde años antes- a pedir más fe.
La segunda cuestión es la necesidad de ejercitarse en la fe. Aunque sea regalo de Dios, su ejercicio queda, en buena proporción, en nuestras propias manos. Si no hay tal ejercicio, la fe existirá en el fondo del alma; pero estará ahogada por multitud de intereses, caprichos, debilidades y pecados.
¿Cómo se ejercita la fe?, de mil maneras. Por ejemplo, rezando; pero rezando “de corazón”, no simplemente repetiendo palabras huecas. Por supuesto, en un niño serán oraciones sencillas, pero así ejercita su fe a su medida. Al crecer, deberá aprender a ahondar en esa oración: a saber qué dice, a Quién lo dice y por qué. Las virtudes están siempre unidas, por eso también crece la fe al ejercitarnos en la caridad: al dar una limosna por amor al prójimo, al hacer un sacrificio por otra persona, al ser generoso con el propio tiempo, al tomar parte en una tarea de interés social, etc.
Y de otras variadas formas: al rezar el Credo, durante la Misa dominical; en los Sacramentos-Confesión y Comunión frecuentes-; al estudiar y formarse en aspectos propios de la Teología; etc. Y un modo muy importante: al evangelizar, al explicar a otra persona los contenidos de la propia fe.
Todo esto nos ayuda a crecer en la fe, que es uno de los cometidos principales de la vida cristiana.