Comentario a la Solemnidad de Pentecostés
Jesús había prometido varias veces a los suyos el envío del Espíritu Santo: muchas de ellas hace pocos días, en el mismo lugar donde los discípulos están ahora encerrados por el miedo. “Yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad”, “el Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena […], recibirá de lo mío y os lo anunciará”. Jesús desea que esta promesa se cumpla pronto. La vida ha vencido a la muerte, se ha realizado una nueva creación. ¿Y por qué esperar? Además sus discípulos, aterrorizados, están encerrados en aquel cenáculo por miedo a sufrir su mismo fin. Es el lugar de recuerdos fuertes: el lavatorio de los pies, la Eucaristía, el mandamiento nuevo del amor, la promesa del Paráclito. Pero ahora es el lugar donde aquellas cosas hermosas de hace pocos días se tiñen de dolor por la tragedia del Calvario, y de miedo.
Jesús no quiere esperar cincuenta días para donarles su Espíritu. Durante la fiesta de Pentecostés, tendrá lugar el envío oficial, solemne, con ruido de trueno y luz de fuego, sobre cada uno. Pero hoy, el mismo día de su Resurrección, sólo pocas horas después, Jesús quiere hacerles un anticipo del Espíritu Santo para ayudarles a llegar a Pentecostés. Por eso, el domingo, día del Señor, también es el día del Espíritu Santo Señor. Hoy Jesús lo donará. Sólo deja a los suyos algunas horas para reflexionar sobre lo que han dicho las mujeres por la mañana, y para que los dos de Emaús regresen y les cuenten su experiencia. Así los va preparando un poco.
Hacia el atardecer, en la hora de la intimidad, cuando la caída del sol facilita el recogimiento de las almas y de las familias, sin siquiera tocar a la puerta, porque ahora su humanidad ha resucitado y es nueva, Jesús llega y les dona su Espíritu, porque lo desea fuertemente y no quiere seguir esperando. Es una primera dosis. También nosotros recibimos al Espíritu en varias etapas: el bautismo, la confirmación y, luego, cada sacramento de Cristo, cada oración, cada encuentro con un santo, y cuando menos nos lo esperamos. También María recibió al Espíritu Santo en varios momentos no sólo en el anuncio del ángel; en su encuentro con Isabel, escuchando a Zacarías y a Simeón profeta, y en Pentecostés, y quién sabe cuántas más veces.
Junto al Espíritu, Jesús dona la llamada a ser enviados a todo el mundo, como Él fue enviado por el Padre, y la misión de perdonar. Todos los creyentes recibimos el Espíritu Santo del soplo de Jesús, todos estamos llamados a respirar con su respiración y somos enviados por Él al mundo, todos llamados a perdonar, que es la acción típica del Espíritu, como ya lo ha sido del Hijo y del Padre: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.