Comentario al Domingo XXIII del tiempo ordinario
Las indicaciones de Jesús sobre cómo ayudar al hermano que “peca contra ti” están situadas entre la parábola de la oveja perdida, a la que hay que ir a buscar, y el perdón al hermano hasta setenta veces siete. Es un acto de caridad fraterna, quizá el más elevado y difícil.
Respecto a las indicaciones de la ley mosaica (Dt 19, 15) suponen una gran novedad. Allí el pecador era juzgado públicamente, y un testigo no era suficiente: debían ser dos o tres. Aquí, el procedimiento es sobre todo personal. La caridad es personal. Es “tu” hermano. La prioridad se da al diálogo entablado “a solas tú con él”. Jesús tiene mucha confianza en que el amor fraterno, la fatiga de ir a corregir al hermano por el deseo de ganarlo para el bien, tienen una gran eficacia. Hay que tener en cuenta la previa advertencia de Jesús (Mt 7, 3-5): quitar primero la viga en el propio ojo, para luego ver bien y quitar la paja en el del hermano. Aquí, Jesús te anima a ti, que sabes que tu hermano ha cometido una culpa, sobre todo si es “contra ti”, a ir a él: ve, levántate, sal de tu comodidad y de tu miedo a entristecer, a perder su amistad. Acércate. Da tú el primer paso.
“A solas tú con él” no es sólo la buena educación de no corregirle en público, sino también la finura que custodia su buena fama, evita la murmuración, impide el fenómeno que se da en ambientes de trabajo y eclesiales de comunicar culpas o defectos del hermano a otros hermanos, sin hablar con el interesado. Por la falsa caridad de no hacerle pasar un mal momento, se impide que el hermano se percate y mejore. Si te “escucha” lo “ganas” para la comunión. Si no te escucha, “toma entonces contigo” a uno o dos hermanos.
El discurso siempre se refiere al tú: nunca cesa la responsabilidad personal de quien ha tenido la experiencia personal de quien ha tenido la experiencia de la culpa del hermano. No es pensable que te escondes y mandes a otro, o que hagas una delación. “Para que cualquier asunto quede firme” sobre la base de dos o tres testigos: si el hermano que se ha equivocado no está de acuerdo, ya se tiene una versión suya de los hechos. Entonces, junto a otros, se arregla “cualquier asunto”.
Si en cambio, el problema persiste, interviene la comunidad. Si no escucha tampoco a la comunidad, “tenlo” tú (sigue la dimensión personal) como pagano o publicano. Pero el pagano es aquel a quien la comunidad se dirige para darle a conocer el evangelio. Y con el publicano Jesús come y, en el caso de Mateo, le llama a seguirle como apóstol. No es una invitación a cortar las relaciones. Es la constatación de una fractura en la comunión de la Iglesia que siempre se desea recomponer.