Los pobres, luz del Evangelio en nuestro camino

Queridos diocesanos:

De nuevo llamo confiadamente a las puertas de vuestra conciencia en la Jornada Mundial de los Pobres que el Papa ha convocado para el 15 de noviembre próximo con el lema: “Tiende tu mano al pobre” (Cf. Si 7,32).

Los pobres, representantes de Cristo

Este aldabonazo quiere reavivar la llamada de atención que debemos prestar a los pobres con los que Jesús se identifica cuando dice: “Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme” (Mt 25, 35-36). “Ateniéndonos a las indiscutibles palabras del Evangelio, en la persona de los pobres hay una presencia especial suya, que impone a la Iglesia una opción preferencial por ellos. Mediante esta opción, se testimonia el estilo del amor de Dios, su providencia, su misericordia y, de alguna manera, se siembran todavía en la historia aquellas semillas del Reino de Dios que Jesús mismo dejó en su vida terrena atendiendo a cuantos recurrían a Él para toda clase de necesidades espirituales y materiales”[1]. En el día a día basta mirar en nuestro entorno para encontrarnos con los pobres a los que “Cristo les concederá un título especial: ser sus representantes, sus delegados, sus presencias en la calle y en el mundo”[2]. Pedro, Santiago y Juan pedirán a Pablo y Bernabé que se acuerden de los pobres (cf. Gal 2, 10).

Tender la mano, signo de cercanía y concordia

En estos tiempos de la pandemia se nos ha advertido de que no debemos darnos la mano para evitar posibles contagios. Esto nos hace a veces sentirnos distantes. En nuestra costumbre el modo habitual del saludo lo hemos suplido por otros gestos porque seguimos sintiendo la necesidad de la cercanía y concordia que contribuyen a darnos cuenta de que nos necesitamos los unos a los otros. Tender la mano siempre acorta las distancias y nos ayuda a ver la realidad concreta que una persona puede estar viviendo.

Hay una pobreza visible en las calles y hay otra que permanece oculta entre las paredes de los hogares. “Bien puede afirmarse que el ser y el actuar de la Iglesia se juegan en el mundo de la pobreza y del dolor, de la marginación y de la opresión, de la debilidad y del sufrimiento”[3]. Nuestra actitud no debe ser la pasividad y la inactividad sino tender la mano al pobre, que significa, como nos dice el Papa, invitarnos a la responsabilidad y es un compromiso directo de todos aquellos que se sienten parte del mismo destino, llevando las cargas de los más débiles, y dejándose conmover por la pobreza de la que a menudo somos también cómplices. En este panorama fácilmente nos defendemos globalizando la indiferencia[4], y nos justificamos convenciéndonos de que no se puede hacer nada y de que han de ser otros los que traten de solucionar este problema, o echando la culpa a los demás. Es cuestión de todos, estando por medio la justicia y la vida de los desprotegidos porque “la pobreza que se tolera en medio de la abundancia es una injusticia social. De la misma manera luchar por la injusticia supone para la Iglesia en general y para cada uno de los cristianos en particular una exigencia  fundamental y una opción preferencial en favor de los pobres y oprimidos”[5]. Hay que pasar de una política “hacia” los pobres a una política “con” y “de” los pobres[6].

El amor, finalidad de nuestras acciones

Afirma el Papa en su Mensaje que en todas nuestras acciones, hemos de tener presente el final (cf. Si 7,36) de nuestra existencia. Acordarnos de nuestro destino común puede ayudarnos a llevar una vida más atenta a quien es pobre y no ha tenido las mismas posibilidades que nosotros. No debemos perder de vista el objetivo hacia el que cada uno tiende, pues tenemos un proyecto a realizar y un camino a recorrer procurando alcanzar la meta. “La finalidad de cada una de nuestras acciones no puede ser otra que el amor. Este es el objetivo hacia el que nos dirigimos y nada debe distraernos de él. Este amor es compartir, es dedicación y servicio, pero comienza con el descubrimiento de que nosotros somos los primeros amados y movidos al amor”[7]. La mejor ayuda para un pobre no es sólo el dinero, que es un remedio temporal, sino el hecho de permitirle vivir una vida digna a través del trabajo y promoverlo desde la solidaridad y la subsidiaridad[8].

En este sentido, podemos decir que los pobres son también una luz del Evangelio en el camino de nuestra peregrinación para dar sentido a nuestra vida, sabiendo que nada que afecte a los demás, nos puede ser ajeno, y ayudándonos a llevar los unos las cargas de los otros porque nadie puede esperar para sí sin esperar para los otros, con todos los otros[9].

Os saluda con afecto y bendice en el Señor,

 

+ Julián Barrio Barrio,

Arzobispo de Santiago de Compostela.

 

[1] JUAN PABLO II, Carta Apostólica Novo millennio ineunte, nº 49.

[2] COMISION EPISCOPAL DE PASTORAL SOCIAL, La caridad en la vida de la Iglesia, Edice, Madrid 1994, 52.

[3] Ibid., 43.

[4] Cf. Mensaje del Santo Padre Francisco. IV Jornada Mundial de los Pobres. Domingo XXXIII del tiempo Ordinario, 15 de noviembre de 2020, nos. 8-9.

[5] La caridad en la vida de la Iglesia, 70.

[6] Cf. FRANCISCO, Fratelli tutti, 169.

[7] Mensaje del Santo Padre Francisco…., nº 10.

[8] Cf. FRANCISCO, Fratelli tutti, 187.

[9] J.L.RUIZ DE LA PEÑA, La Pascua de la creación, Madrid 1998, 218.