Comentario a la solemnidad de la Epifanía del Señor
La Epifanía de Jesucristo conmemora la llegada a Belén de los tres magos de Oriente, venidos de lejanas tierras para adorar al “recién nacido Rey de los judíos”.
La adoración es una actitud distintiva de la criatura humana ante Dios; no debe adorarse a hombre o cosa alguna distinta de Dios. Esto indica el proceder íntimo con que aquellos Magos acudieron a Belén. La Escritura no cita la fe que les movió a un camino tan cansado y largo, pero sí sugiere la diligencia con que se pusieron en marcha: “Vimos su estrella y venimos a adorarle”. Y también el empeño para resolver los obstáculos, como fue el ocultamiento de la estrella. Indagaron, preguntaron y esperaron hasta enterarse del lugar del nacimiento de Jesús. Como premio a su esfuerzo, la estrella volvió a brillar con la luz prometedora de un final feliz.
Muchas lecciones se desprenden de la escena evangélica. Hemos citado la diligencia para seguir a la estrella. Fuera un cometa o una conjunción de planetas, u otro fenómeno astronómico, se trata de sucesos pasajeros: unas semanas o unos escasos meses. Y en ese plazo de tiempo, vieron la estrella, se pusieron en camino y llegaron a Jerusalén. La adoración a Dios siempre es así. Reclama de cada uno diligencia para responder a lo que Él espera de nosotros. No hay verdadera adoración si la pereza, la comodidad o las excusas retrasan la respuesta de la criatura.
De la misma manera, la adoración exige fortaleza para superar el cansancio, el frío y el calor. Humildad para preguntar con sencillez lo que no sabemos; sin pretender saberlo todo. Prudencia para evitar caer en las redes del maligno que, a través de Herodes, buscaba acabar con Jesús. Todas las virtudes se ponen en juego cuando adoramos a Dios; en primer lugar la caridad, raíz y vínculo de toda virtud: reflejada, en este caso, en los tesoros que ofrecieron al Niño.
Los últimos Papas han señalado que el hombre moderno está perdiendo el sentido de la adoración. Se trata de una manifestación más de la profunda desorientación en que vive la mayoría de este mundo. ¡Cuánta gente, hoy en día, se olvida de Dios y ‘adora’, en cambio, el placer, el dinero o el poder! Busca una felicidad humana, a la que dan la espalda precisamente con el desesperado esfuerzo por alcanzarla. Ponen su objetivo en las cosas de la tierra -muchas de ellas buenas, como la salud, el prestigio o el descanso-, pero que traicionan a los hombres si se divinizan: si se convierten en afanes absolutos por encima de todo lo demás.
Aprendamos de los Magos de Oriente dónde está el verdadero tesoro del hombre: Jesucristo, venido del cielo a la tierra para enseñarnos la Verdad y el Bien únicos que hemos de adorar.