Cuentos con moraleja: El poder del hombre y la debilidad de Dios
Un misionero colaboraba como médico de un pequeño hospital de campaña en Somalia. Muchas veces, tenía que trasladarse en su bicicleta a través de la jungla hacia el poblado más cercano para recoger los medicamentos y el dinero que le eran enviados desde los Estados Unidos. El viaje duraba dos días, así que tenía que acampar una noche en medio de la jungla. Ya había hecho este recorrido en muchas ocasiones y, aunque nunca había tenido ningún problema serio, siempre era una pequeña aventura no ausente de riesgos.
En uno de sus viajes, antes del anochecer del primer día, encontró a dos hombres que peleaban fuertemente. Uno de ellos huyó y el otro quedó tendido en el suelo seriamente herido. Cuando se dio cuenta, acudió para hacerle una primera cura y luego llevarlo al poblado donde vivía este pobre hombre.
Semanas después, en su siguiente viaje, estaba llegando a la ciudad para recoger el envío, cuando se le acercó aquel hombre que él había curado y le dijo:
- Yo sé que usted cuando regresa lleva consigo medicinas y dinero. El día que usted curó mis heridas, algunos amigos y yo le seguimos hacia la jungla por la noche; así, cuando usted hubiera acampado y estuviese dormido, teníamos planeado matarle, tomar el dinero y las medicinas y salir corriendo. Cuando íbamos a atacarle, vimos que la tienda de campaña estaba rodeada por dieciséis guardias armados. Nosotros, que éramos sólo cuatro, vimos que era imposible llevar a cabo nuestro plan, así que decidimos retirarnos.
Escuchando, el misionero le dijo al hombre riendo:
- Eso es imposible. Yo puedo asegurarle que siempre viajo solo y nadie me acompaña en mis viajes.
El hombre le corrigió e insistió en lo que vio:
- No Señor, yo no fui el único hombre que vio a los guardias. Mis amigos también los vieron y todos contamos el mismo número de guardias. Estábamos asustados. Fue por eso por lo que le dejamos y desistimos atacarle.
Cuando regresábamos a nuestro poblado, yo, que era el que lo había planeado todo, me separé del grupo, y fue entonces que uno de ellos me atacó como castigo por haberles hecho perder su tiempo y no haber conseguido nada. Fue entonces cuando usted me encontró, vio huir al que me golpeó y vino en mi ayuda. Espero que usted me pueda perdonar.
Varios meses después, ya de vuelta en su ciudad natal, el misionero asistió a una celebración dominical en una iglesia en Detroit donde les contó sus experiencias en África, incluyendo la historia de los dieciséis guardias que estuvieron con él mientras acampaba. Y les dijo:
- Recuerdo bien ese día porque era el cuarto aniversario de haber llegado al África.
Uno de los asistentes de la comunidad, se puso de pie e interrumpió al misionero y le dijo algo que dejó a todos atónitos:
- Nosotros estuvimos allí en espíritu con usted para ayudarle. Esa noche en África era de día aquí. Yo llegué a la iglesia para recoger algunos materiales que necesitábamos para un viaje que teníamos que hacer. Al poner las cosas en mi camioneta, sentí a Dios que estaba a mi lado diciéndome que orara por usted.
- La urgencia que sentí fue tan grande que llamé a algunos hombres de la iglesia para que oráramos por usted. Y así lo hicimos en el salón donde tenemos las fotografías de todos nuestros misioneros. Yo no sabía cuál era el peligro que usted pasaba, pero en la fotografía venía impreso el día que usted fue enviado al África años atrás, un día antes de su aniversario. Nosotros estuvimos ahí con usted en oración protegiéndolo y ellos están aquí para atestiguarlo.
Inmediatamente después, este hombre les pidió a todos los que habían orado por él ese día que se pusieran de pie. Uno a uno se fueron levantando; al contar el misionero cuántos se habían puesto de pie, sumaban un total de dieciséis hombres. Toda la comunidad quedó enmudecida por un largo rato, pues comprobaron la eficacia de la oración.
Siempre se nos ha hablado del poder de la oración, pero qué pocos cristianos se dan cuenta que eso no es una frase. Si Jesucristo nos prometió que nos daría lo que pidiéramos en su nombre (Mt 7:7), ¿acaso podemos dudar de su promesa? O cuando el mismo Cristo nos dijo: “Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18:20). Él mismo nos enseña también: “Todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis” (Mc 11:24). Nunca dudemos del poder de la oración. La oración, como nos decía San Agustín es “la fuerza del hombre y la debilidad de Dios”.