Comentario al Domingo XXVI del Tiempo Ordinario
Como en otras ocasiones, san Marcos narra las enseñanzas de Jesús agrupadas en conversaciones con los Apóstoles. De este modo Jesús iba formando a aquellos hombres que había elegido, preparándoles para ser columnas de su Iglesia cuando Él faltase.
En el capítulo nueve, el Señor les enseña a valorar positivamente todo lo bueno de la gente. “El que no está contra nosotros, está a favor nuestro. Y el que os dé de beber un vaso de agua, no quedará sin recompensa”. Era un modo de decirles que no deben tener suspicacias o sospechas, solo porque no conozcan a una persona. Por desgracia, muchas relaciones humanas en nuestra sociedad se ven saturadas de esas envidias y sospechas; con frecuencia por simples prejuicios sin fundamento. Y en tantos otros casos, hay gente que pone obstáculos y dificultades a cualquiera que no sea “de los suyos”. “Al enemigo, ni agua”, dice un aforismo popular muy poco cristiano; porque, en efecto, Jesús nos mandó amar también a los enemigos.
La hipocresía, hoy, como en tiempos de Cristo, es más frecuente de lo deseable. Gente que se rasga las vestiduras ante las aberraciones que hizo el nazismo a mediados del siglo pasado, y caen en el mismo error (aunque no lleguen a esos extremos crueles) cuando marginan a alguien simplemente porque es inmigrante o de raza distinta o desheredado de la fortuna. No tengo yo la solución ante el problema de la inmigración, que es muy complejo. Pero lo que nos dice Jesucristo en el Evangelio es que debemos mirar con buenos ojos a todos, especialmente a los menos afortunados y a los socialmente más débiles. Podremos ayudarles más o menos, según los casos; pero siempre hemos de ponernos de su parte e intentar hacer lo que podamos en su favor.
Ni vale tampoco decir: “no puedo hacer nada” y quedarse tan tranquilos. Siempre se puede hacer algo: solos o reunidos con otros ciudadanos, con iniciativa y esfuerzo; y con la ayuda de Dios, que no nos faltará para ese empeño. Quizá no arreglemos “el problema”, en general; pero siempre es posible arreglar o paliar el problema concreto de una, dos o más personas. Será como una gota de agua en el mar; pero el mar está formado precisamente por muchas gotas de agua.
Si, a causa de los prejuicios, nos inhibimos de ayudar a los demás, nos veremos incluidos en las amenazas de Jesús. Si no arrancamos de nosotros esas actitudes -nos avisa-, como deberíamos hacer con un ojo o una mano que fuera motivo de pecado, seremos “echados al infierno, donde el fuego no se apaga”.
El Señor no pretende asustarnos; simplemente nos anuncia la verdad. Y esta verdad es que en el cielo solo entra la caridad y aquellos que se dejan dirigir por ella en todos sus actos.