Meditemos las cosas últimas de la historia de la salvación con los discursos de Jesús antes de su pasión: “En aquellos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá y la luna no dará su luz, las estrellas caerán del cielo y las potestades de los cielos se trastornarán”. El cielo, el sol, la luna y las estrellas, que por las primeras páginas del Génesis sabemos que son criaturas de Dios, con un principio -y por eso no deben ser entendidas como divinidad-, tienen en sí la fragilidad de la criatura y tendrán un final, no son eternas. “El cielo y la tierra pasarán”. Así también pasarán la historia de los hombres y todas nuestras empresas. Pero el libro de Daniel revela que hay unas estrellas que son para siempre, en un firmamento diferente: “Los sabios brillarán como el esplendor del firmamento; los que han llevado a muchos a la justicia brillarán como las estrellas para siempre”. Las obras no permanecen, el bien y los bienhechores permanecen para siempre. Y estos sabios nos guían en la vida como estrellas del cielo.

Además, el libro de Daniel promete la ayuda de los ángeles: “En ese momento, Miguel, el gran príncipe, se levantará para velar por los hijos de tu pueblo”. Y, sobre todo, Jesús nos asegura que “mis palabras no pasarán”, y que él volverá como causa de la salvación eterna: “Entonces verán al Hijo del Hombre que viene sobre las nubes con gran poder y gloria. Enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos desde los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo”. Ante el drama de la conmoción del cielo y de la tierra, Jesús nos consuela con una imagen de ternura y vida: menciona la higuera, que sus oyentes conocen bien, y dice que su existencia es una parábola del adviento definitivo del Reino: “Aprended la parábola de la higuera: cuando sus ramas se enternecen y brotan las hojas, sabéis que está cerca el verano”.

La creación de Dios nos revela los secretos de su Reino. En invierno la higuera aparece muerta, y ni siquiera se usa para leña o para la construcción, por su fragilidad, pero en verano se viste con hojas tan grandes que pueden vestir a Adán y Eva, y da dos cosechas de frutos exquisitos de gran “dulzura” (Jc 9, 11). Así como su fruto es dulce y el verano caluroso, así será la segunda venida de Jesús: “Sabed que está cerca, que está a las puertas”. Según la carta a los Hebreos, se acerca con su sacrificio de salvación: “Con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados. Ahora, donde hay perdón de estas cosas, ya no hay ofrenda por el pecado”. Con el Salmo 15 nos preparamos para ese encuentro: “Me mostrarás el camino de la vida, alegría plena en tu presencia, dulzura sin fin a tu derecha”.