Los Evangelios de los últimos domingos nos guían en un recorrido espiritual. La parábola del buen samaritano nos ha ayudado a comprender cómo vivir nuestra relación con el prójimo según la misericordia y la compasión. Al maestro de la ley que mencionó el amor al prójimo, Jesús le dijo: haz esto y tendrás la vida. La compasión hacia el prójimo es camino hacia la vida eterna.

El diálogo de Jesús con Marta y María, y luego la revelación de la oración al Padre y la parábola del amigo importuno, nos animan a vivir nuestra relación con Dios con confianza filial y como amigos. Hoy, la parábola del rico insensato nos orienta a vivir nuestra relación con los bienes terrenales junto a una relación de confianza con Dios y su pensamiento sobre esos bienes y en una relación de misericordia con las demás personas: no sólo “repartiendo” los bienes como aquel hombre quería hablando a Jesús de la herencia de su hermano, sino “compartiendo”.

La pregunta sobre la herencia a Jesús se explica porque la ley de Moisés tenía indicaciones sobre este aspecto y en caso de disputa acudían a un maestro experto en la ley. Pero Jesús no es un simple rabino o intérprete de la ley, es el Mesías y el Hijo de Dios: ha venido a cumplirla y a superarla. Él escudriña los corazones y da reglas de vida que van más allá de lo que indica la ley: “Guardaos de toda clase de codicia”. Pablo se hace eco de esta enseñanza al pedir a los Colosenses que den muerte a “la avaricia, que es una idolatría”.

De hecho, lo que llama la atención de la figura del rico “necio”, palabra que en la Biblia designa al hombre que no cree en Dios o que vive como si Dios no existiera, es su soledad. El texto griego dice que “conversa consigo mismo”, y en este soliloquio sólo tiene en mente sus propias cosas: mi cosecha, mis graneros, mis bienes. Se imagina, siempre en diálogo consigo mismo, lo que se dirá cuando haya construido nuevos almacenes: “Y entonces me diré a mí mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”.

No hay Dios en su horizonte y no hay nadie. Por eso Dios, al hablarle, le abre a un “otro” que no existe en su pensamiento: “¿De quién será lo que has preparado?”. En el griego de Lucas hay un juego de palabras aún más evidente. El hombre rico y egoísta utiliza “psyché” (alma) dos veces: “Diré a mi alma: alma tienes muchos bienes”, y Dios: le dice: “Esta noche te van a reclamar el alma”.

Resuena en la parábola la sabiduría de Qohélet: “¡Todo es vanidad! Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado”. Dios quiere la auténtica vida de nuestra alma: compartir los bienes con los necesitados.