Comentario al XIX Domingo del Tiempo Ordinario
Después de la parábola del hombre rico que acumuló tesoros para sí mismo, Jesús continúa enseñando sobre el mismo tema. Habla de confiar en la providencia de Dios, invitándonos a observar los lirios del campo y los pájaros del cielo, y a confiar en el Padre que sabe lo que necesitamos. Y concluye con la frase consoladora con la que comienza el Evangelio de hoy: “No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino”. El “no temas” de Jesús en Lucas lo habíamos oído dicho a individuos: a Pedro, al llamarle tras la pesca milagrosa; a Jairo, cuando le dijeron que su hija había muerto, como lo dijo el ángel a Zacarías y María.
Este es un “no temas” dirigido a una comunidad, aunque sea en singular, al pequeño rebaño, un nombre muy dulce que Jesús da al grupo de los suyos y que es aplicable a toda la Iglesia. Es un “no temas” dirigido a todos nosotros personalmente (en singular), pero como participantes del rebaño, de la Iglesia. La razón para no temer es aún más dulce: porque Jesús nos dice que el “Padre” es nuestro. En Lucas, Jesús prefiere no utilizar la palabra Dios cuando se dirige a los suyos, sino “vuestro Padre”. Nos revela su condición de Padre y nos incita a tener una relación filial con él. No es un Dios distante, solitario y abstracto. Tiene sentimientos paternales de alegría al dar el gran regalo a sus hijos: le ha dado placer darnos el Reino.
El tema de la espera es introducido por el libro de la Sabiduría que habla de Israel: “Tu pueblo esperaba la salvación de los justos”, y por la carta a los Hebreos, que habla de Abraham: “Mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios”. Jesús lo trata con tres breves parábolas centradas en la dinámica de la espera de los siervos a su amo. Dos veces reitera la gran beatitud de esos siervos si el amo los encuentra despiertos y vigilantes cuando regrese. Y la razón es que él mismo se pondrá al servicio de ellos.
Pedro pregunta si la parábola es sólo para ellos como apóstoles o para todos. Tal vez pensó que la metáfora del siervo era adecuada sólo para los doce o que sólo para ellos estaba reservada la bienaventuranza. Jesús le hace comprender que todos somos siervos y que todos seremos bienaventurados. Pero para el mayordomo fiel, que es el jefe de todos los siervos, como Pedro lo es para la Iglesia, la recompensa está ligada a que dé el alimento adecuado a los demás siervos. Entonces será bienaventurado, porque lo pondrá a cargo de todas sus posesiones. Jesús, que vino a servir y está entre nosotros como el que sirve, nos promete que mantendrá esta actitud por toda la eternidad. Y esto es y será para nosotros fuente de gran alegría.