Comentario al I Domingo de Cuaresma
La Cuaresma está en marcha, y este año la Iglesia la comienza recordándonos por qué la necesitamos en primer lugar. Nos remonta a los albores de la historia y a la triste realidad de Satanás y su actividad. Necesitamos la Cuaresma, que es tiempo de conversión, de retorno a Dios, porque el diablo nos apartó de Él en primer lugar.
Del mismo modo que engañó a Adán y Eva para que se rebelaran contra Dios, en el Evangelio le vemos intentar el mismo truco con Jesús, sorprendentemente también al principio: en este caso, al comienzo de la vida pública de Nuestro Señor. En cuanto Satanás se da cuenta de que Cristo es alguien fuera de lo común, intenta engañarlo también a él.
El pecado de Adán y Eva fue un pecado de orgullo y desconfianza en Dios. Por eso vemos a Cristo derrotando a Satanás en el desierto precisamente por esa misma confianza en el Padre que Adán y Eva no mostraron.
Adán y Eva se alimentaron contra la palabra de Dios, comiendo del único árbol que les había prohibido tocar. En la primera tentación, Jesús, hambriento como estaba después de un ayuno de 40 días, renuncia a la comida – “Si eres Hijo de Dios, di a estas piedras que se conviertan en panes”– anteponiendo la palabra de Dios: Jesús respondió: “Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Adán y Eva trataron neciamente de enaltecerse contra Dios, buscando su propia gloria: “seréis como Dios…”.
También pusieron a prueba su misericordia desobedeciendo la única prohibición que había establecido. Pero Jesús se niega a saltar del pináculo del Templo cuando Satanás, tergiversando las Escrituras, le invita a hacerlo basándose en los versículos bíblicos: “’Dará a sus ángeles cargo de ti’, y ‘En sus manos te llevarán, para que no tropieces con tu pie en piedra’”. Ser sorprendido por los ángeles en un lugar tan público era una proeza que le habría granjeado a Jesús fama humana. Pero él no buscaba la gloria terrenal y saltar habría puesto a prueba a Dios esperando que enviara ángeles para atraparlo. Así que Nuestro Señor rechaza la tentación utilizando otro versículo de las Escrituras: “No tentarás al Señor tu Dios”.
En la última tentación, Satanás ofrece a Jesús “todos los reinos del mundo y su gloria… si te postras y me adoras”. Adán y Eva habían buscado el poder y el conocimiento prohibidos y, en la práctica, se habían adorado a sí mismos e incluso, en cierto sentido, a Satanás, haciéndole más caso a él que a Dios. Por eso Jesús despide al diablo con otro texto bíblico: “Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo servirás”.
Así, la Iglesia plantea el desafío de la Cuaresma: anteponer a Dios a la satisfacción de los propios deseos corporales; renunciar a toda autogloria y fama terrena; y adorar a Dios más radicalmente, reconociendo que todo lo que tenemos viene de Él y debe conducirnos a Él.