Comentario a la Solemnidad de Pentecostés
El Espíritu Santo otorga dones, tanto personales como a la comunidad, y así edifica la Iglesia en sus partes individuales y como cuerpo. Este es en gran medida el mensaje de las lecturas de hoy en esta gran fiesta de Pentecostés.
Las lecturas muestran al Espíritu Santo como el poder de Dios que vence el miedo y la ignorancia de los seres humanos.
Cuando los discípulos estaban reunidos con la puerta cerrada “por miedo a los judíos”, Jesús se aparece entre ellos.
Al enviarlos, les da el don del Espíritu para que, como sacerdotes y obispos, puedan perdonar los pecados. El Espíritu se muestra así como Espíritu de valentía, de celo evangelizador y de perdón.
La primera lectura nos habla de Pentecostés. Lo que primero fue el soplo suave de Cristo el día de su Resurrección se magnifica ahora, tras su Ascensión, en un viento impetuoso que impulsa a los apóstoles a ir a predicar a las multitudes (la palabra hebrea “ruah” puede significar “soplo”, “viento” y “espíritu”).
Es como si, habiendo vuelto a ser exaltado a la derecha de su Padre, el Hijo de Dios hubiera recuperado todo su “soplo”, que derrama entonces sobre la tierra. Como enseñaron varios Padres de la Iglesia, el Espíritu puede considerarse como el “beso” amoroso entre el Padre y el Hijo, su aliento compartido, aunque sin olvidar que es tan Dios y persona divina como el Padre y el Hijo.
En Pentecostés, el Espíritu se convierte en Espíritu de comprensión que permite a personas de lenguas y culturas muy diferentes comprender en su propia lengua lo que probablemente era la predicación aramea de los apóstoles. “¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa?”.
Así, el Espíritu supera en la Iglesia las divisiones y la incomunicación provocadas por el orgullo humano a partir de la Torre de Babel: “Y el Señor dijo: ‘Bajemos, pues, y confundamos allí su lengua, de modo que ninguno entienda la lengua del prójimo’… Por eso se llama Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de toda la tierra” (Gn 11, 7-9).
Como leemos en el salmo, el Espíritu es el Espíritu creador, que renueva la faz de la tierra y da vida a todas las cosas.
Y en la segunda lectura, san Pablo dice a los Corintios que el Espíritu crea en nosotros la virtud de la fe, llevándonos a proclamar a Jesús como “Señor” e inspirándonos para realizar “diversidad de ministerios”, concediendo todo tipo de dones a los individuos para “el bien común”: sabiduría, conocimiento, milagros, profecía, lenguas…
Esto es lo que el Espíritu podría hacer en nuestras vidas y comunidades, si tan sólo, cerca de María, estuviéramos más abiertos a su acción.
Una mayor oración al Espíritu nos llevaría a una mayor valentía, celo por las almas, perdón y comprensión, y a toda una gama de dones espirituales y a una mayor creatividad en nuestra vida interior y eclesial.