Cuentos con moraleja: “¿En qué asiento llevas a Dios?”
La vida es un gran don de Dios que nunca le agradecemos lo suficiente. Frente a este inmenso regalo que nos abre la posibilidad de ser felices en este mundo y más todavía, ganarnos el cielo para toda la eternidad. ¿Cuál es nuestra actitud?
Hay algunas personas que se comportan como aquel a quien han regalado un formidable automóvil y luego no quiere saber nada del benefactor. A esto se le llama montarse en el vehículo y dejar a Dios en la cuneta.
Existen otros que aceptan llevar a Dios en el asiento de al lado, pero sin dirigirle la palabra en todo el trayecto de la existencia. Es menos malo que el primero, pero puede calificarse también de mal comportamiento, ¡para qué engañarnos!
Hay un tercer modo de proceder que consiste en preguntarle al Señor:
- ¿Dónde quieres que vayamos? – esto ya está mejor.
Y todavía hay un modo superior de tratar al Señor. Consiste en decirle simplemente:
- ¡Conduce Tú, por favor!
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La conducta del hombre en relación con su Creador y Salvador es frecuentemente bastante injusta y egoísta. Como en la parábola del dueño de la viña que se marcha lejos y deja a sus empleados a cargo, también Dios nos encarga a nosotros hacer buen uso de todo lo que hemos recibido; pero en muchos casos nuestra forma de actuar es de rechazo a nuestro Creador, lo que lleva consigo apoderarse de los dones recibidos y usarlos para nuestros propios fines egoístas. Si con esa actitud pretendemos ser felices, andamos muy equivocados. No tenemos más que mirar la vida de muchos que nos han precedido y comprobar cómo acabaron. Pero somos tan obstinados y ciegos que nunca aprendemos.
El mismo Señor nos ha repetido hasta la saciedad cuál ha de ser nuestro proceder, pero muy pocos son los que se esfuerzan en seguir esas enseñanzas. Recordemos algunas de sus palabras y comprobemos cuál es nuestra actitud personal:
“¿De qué le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?” (Mt 16:26).
“Si fuisteis, pues, resucitados con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios; pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Estáis muertos, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, vuestra vida, entonces también os manifestaréis gloriosos con El” (Col 3: 1-4).
“No amontonéis tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los corroen y donde los ladrones socavan y los roban. Amontonad en cambio tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni la herrumbre corroen y donde los ladrones no socavan ni roban. Porque donde está tu tesoro allí estará tu corazón” (Mt 6: 16-19).
“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que come de este pan vivirá eternamente” (Jn 6:51).
“Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14:6).
“Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia” (Fil 1:21).
Aunque quien más bellamente expresó todo este pensamiento fue el salmista:
“El Señor es mi pastor, nada me falta.
En verdes prados me hace reposar;
hacia aguas tranquilas me guía;
reconforta mi alma,
me conduce por sendas rectas por honor de su Nombre.
Aunque pase por valles oscuros no temo ningún mal,
porque Tú estás conmigo” (Sal 23).
Así pues, dejémonos guiar por el Espíritu de Dios, Él nos conducirá hasta la verdad completa, una verdad que no es otro sino el mismo Cristo Jesús Nuestro Señor (Cfr. Jn 16:13). Dios lleva mucho más tiempo que nosotros conduciendo: Él conoce muy bien cuál es el mejor camino. Permitamos que Dios sea el conductor de nuestras vidas.