Cuando me quedé solo, pensaba S. José, me asaltó la duda sobre cómo afrontar este acontecimiento. Temía no ser digno, pensaba: Si Dios no me ha hecho saber nada, no puedo tomar a María como esposa porque es esposa de Dios. No puedo aparecer como el padre del niño que Él ha enviado. Me cuesta infinitamente estar fuera de la vida de María, pero ahora ella es tierra sagrada. Reflexionaba: tengo que hacer algo que disuelva el compromiso que tenía de ser mi esposa. Un acto público me parece imposible. Debería decir: este Niño viene del Altísimo. Nadie me creería y la expondría al riesgo de la lapidación. Un repudio en secreto. Si es necesario tener dos testigos, los elegiremos con María. Quizá sus padres o los míos. Pero ella no aceptará: ¿cómo puedo obligarla a revelar el secreto tan grande que tiene con Dios? Los pensamientos se arremolinaban en mí. Daba vueltas y más vueltas en mi lecho. Me asaltaban las pesadillas. Al final decidí: yo asumo toda la responsabilidad de ser su padre, y dejo en secreto a María. Desaparezco de esta ciudad. Así la compadecerán y la cuidarán como a una mujer abandonada. Y ella podrá criar a este hijo suyo y prepararlo para la misión que Dios le ha confiado. Yo huyo a Egipto, donde nadie me conoce. La decisión tomada me dio un poco de paz y me ayudó a dormir.

Rezaba y dormía, dormía y rezaba. Invocaba al Señor para que me diese una señal que me hiciera entender que eso que estaba por hacer era su voluntad. Me llegó la respuesta del Señor, en un sueño, a través del ángel. Me oí llamar por mi nombre: “José”. Y añadió: “Hijo de David”. No “Hijo de Jacob” como decía mi genealogía. Estaba dentro de esta historia por mi descendencia de David. El niño que María tenía en el seno era el prometido a David. “No temas recibir a María tu esposa”. Las palabras de Dios sanaban mi miedo de entrar en un territorio sagrado. También María era llamada por su nombre como se hace en los matrimonios: José y María, “mi esposa”.

Continúa el ángel: “lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo”. Esto confirma lo que había intuido. “Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús”. María dará a luz un niño. Yo tendré que darle el nombre. Esto significa que seré el padre delante de la ley, de los hombres, de la historia. Un nombre que no tenemos que elegir con María, porque hace referencia a su misión, que le viene de Dios: Yeshua, que quiere decir “Dios salva”. “El salvará a su pueblo de sus pecados”.

Aquel signo que Acaz no quiso pedir a Dios, por miedo, yo en cambio lo pedí, lo recibí y lo comprendí: “Mirad, la Virgen está encinta y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Enmanuel”. Durante siglos, nadie había sabido explicar esas palabras de Isaías, esa profecía se estaba cumpliendo en María, en aquellos días, y yo era parte de ese acontecimiento.