Comentario al III domingo del tiempo ordinario
Para Jesús, el arresto de Juan es signo de que ha llegado la hora de predicar. Su precursor está recorriendo las últimas etapas que abren el camino al Verbo de Dios: la cárcel y la muerte. Jesús lanza la invitación en pocas palabras: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos” (Mt 4, 17). Las mismas palabras que decía el Bautista (Mt 4, 17). Convertíos, en hebreo: “¡volved!”. En griego: “¡Cambiad el modo de pensar!”. Podríamos entenderlo también como: girad la mirada para ver lo que sucede: el reino de Dios está cerca. Usar las mismas palabras de Juan es un elogio de Jesús hacia él. Hace ver que sus palabras son válidas también ahora que está en prisión.
Están vivas porque son palabra de Dios. Por tanto, permanecen siempre. Estaban inspiradas por Dios, y ahora el hijo de Dios las repite con una fuerza mayor. La gran luz que aparece en la tierra de Zabulón y de Naftalí es la voz de Jesús, y también su mirada. Mateo dice que Jesús “vio” a Pedro y a Andrés, después “vio” a Santiago y a Juan con su padre. Una mirada que unida a su palabra llama a seguirle de cerca. Llamando a Pedro, Andrés, Santiago y Juan, que eran discípulos del Bautista, también está confirmando la misión del precursor. La mirada de Jesús incluye al padre, Zebedeo. Le llama a dejar que sus hijos vayan con él, a sufrir su ausencia en las tareas de la pesca.
Zebedeo, fuerte como el trueno, impetuoso como sus hijos, los deja partir dócilmente. Más tarde, también él estará cerca del maestro y lo servirá con sus bienes, junto a su mujer Salomé. Juntos encontrarán la promesa del ciento por uno para los que dejan que los hijos sigan a Jesús. Serán testigos de pescas milagrosas, de tempestades calmadas en el lago. Del discurso del pan de vida. De milagros de curaciones. Comprenderán que aquel pasar de Jesús, un día, por la orilla de su lago, no negaba el valor de su trabajo de pescadores, sino que lo proyectaba a horizontes más amplios: os haré pescadores de hombres. Sus hijos y los amigos de sus hijos, discípulos de Jesús, escucharán y relanzarán a través de la Escritura y de la Tradición de la Iglesia, hasta nuestros días, aquel anuncio de conversión y seguimiento de Cristo. Hoy, en el “domingo de la Palabra de Dios”, celebramos la luz grande que apareció en Galilea, profetizada por Isaías: la palabra de Jesús que invita a la conversión y a seguirle. Y también es la luz de la escucha de quien se convierte y es curado, y de quien le oye y le sigue de cerca. Jesús continúa hoy recorriendo la Galilea, que es todo el mundo, para anunciar el Evangelio del Reino. Le pedimos que nos hable con la Escritura, que sea él quien predique en nuestras misas, como hacía entonces en las sinagogas, que la fuerza de su palabra provoque la conversión y el seguimiento, que cure “toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo”.