“Acompañar en la soledad”

Queridos diocesanos:

Día a día, muchas personas manifiestan el agobio de sentir la soledad que les genera sensación de vacío. El papa Francisco en la Misa de la inauguración del Sínodo de los Obispos sobre la Familia decía: “El drama de la soledad es experimentado por innumerables hombres y mujeres de nuestro tiempo ancianos y niños, viudos y viudas, personas abandonadas por su cónyuge, migrantes y refugiados. La soledad es una de las principales causas de exclusión social. Sólo el amor dado y recibido puede aliviar el sentimiento de soledad. Y en esta clave quien acompaña se siente a la vez acompañado. “Nuestro mundo está enfermo de soledad”. Sólo cuando sentimos que no estamos abandonados, podemos afrontar todo tipo de dificultades.

“Venid a mí”

Jesús nos dice: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28). Esta es la clave con que la Iglesia nos propone interpretar la partitura de nuestra vida en los compases de la enfermedad. “Jesús dirige una invitación a los enfermos y oprimidos, a los pobres que saben que dependen completamente de Dios y que, heridos por el peso de la prueba, necesitan ser curados. Jesucristo a quien siente angustia por su propia situación de fragilidad, dolor y debilidad, no impone leyes, sino que ofrece su misericordia, es decir, su persona salvadora. Jesús mira la humanidad herida. Tiene ojos que ven, que se dan cuenta, porque miran profundamente, no corren indiferentes, sino que se detienen y abrazan a todo hombre, a cada hombre en su condición de salud, sin descartar a nadie, e invita a cada uno a entrar en su vida para experimentar la ternura”[1].

La luz del amor divino

Es esperanzador y consolador pensar que “la luz del amor divino descansa precisamente sobre las personas que sufren, en las que el esplendor de la creación se ha oscurecido exteriormente; porque ellas de modo particular son semejantes a Cristo crucificado… Por grande que sea su sufrimiento, por desfigurados y ofuscados que puedan ser en su existencia humana, serán siempre los hijos predilectos de nuestro Señor, serán siempre de modo particular su imagen”[2]. Benedicto XVI escribió que “Bernardo de Claraval acuñó la maravillosa expresión: Dios no puede padecer, pero puede compadecer. El hombre tiene un valor tan grande para Dios que se hizo hombre para poder compadecer Él mismo con el hombre, de modo muy real, en carne y sangre, como nos manifiesta el relato de la Pasión de Jesús”[3].

Cuando Jesús nos dice: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados”, nos indica que hemos de ser aliados de Dios para acompañar a aquellos a los que Jesús miró con compasión y comprometernos en la misión de anunciar la salvación que nos trajo. “La grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre… Aceptar al otro que sufre significa asumir de alguna manera su sufrimiento de modo que éste llegue a ser también mío. Pero precisamente porque ahora se ha convertido en sufrimiento compartido en el cual se da la presencia de otro, este sufrimiento queda traspasado por la luz del amor. La palabra latina con-solatio, consolación lo expresa de manera muy bella, sugiriendo un “ser con” en la soledad, que entonces ya no es soledad”[4].

Curar y cuidar

Haciéndome eco del sentir del papa Francisco, queridos agentes sanitarios, me animo a deciros que no sólo curéis sino que cuidéis a los enfermos que están en sus casas o acuden a los hospitales y centros socio-sanitarios que son como la posada a la que los familiares o conocidos de los enfermos, como buenos samaritanos, les llevan para ser sanados. Es necesario no perder esta identidad en vuestra dedicación fomentando la sintonía espiritual que nos descubre a todos que nuestra vida encuentra sentido cuando sabemos vivirla al servicio de los demás.

Aliviar el sufrimiento es una obra de caridad. Negarlo es una ilusión. La soledad que irrita el dolor, lleva en algunos casos a la tristeza y a la depresión, encerrando al enfermo en sí mismo y con su miedo interior. Los cambios sociales en los que nos encontramos, pueden contribuir a esta soledad al ser difícil compaginar los horarios de las visitas a los enfermos con los horarios laborales de los familiares y personas conocidas. La compañía atenúa el dolor. No demos la impresión de que el sufrimiento interior y físico no tiene derecho a la ciudadanía.

A vosotros, queridos enfermos y enfermas, deciros que os tengo muy presentes en mi oración con la intercesión de la Virgen María, salud de los enfermos. Os saluda con todo afecto y bendice en el Señor,

+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.

 

[1] FRANCISCO, Mensaje para la XXVIII Jornada Mundial del enfermo, 11 de febrero de 2020, 1.

[2] J. RATZINGER, “A imagen y semejanza de Dios: ¿siempre? Los enfermos mentales”: Intervención en la Conferencia Mundial organizada por el Consejo Pontificio para la pastoral de la salud, 28 de noviembre de 1996.

[3] BENEDICTO XVI, Spe salvi, 39.

[4] Ibid., 38.