La Iglesia canta hoy su alabanza a Dios por el don que supuso la vida de estos dos Apóstoles. Como dice el Prefacio, Pedro fue el primero en confesar la fe e iniciar la andadura de la Iglesia; y Pablo fue maestro insigne de aquella fe y la extendió a todo el mundo.

De su herencia vivimos todavía hoy los cristianos. Ciertamente el cimiento de la Iglesia es Jesucristo, y no hay otro; pero aquellos primeros Apóstoles recibieron el encargo, una vez ascendido Cristo a los cielos, de anunciar y extender el Reino de Dios, que Él predicó, por todo el mundo. Y no fue una tarea fácil, como demuestra la historia.

Dos aspectos destacables, de la misión de la Iglesia, representan la vida y el ministerio de Pedro y de Pablo: la unidad en torno al Vicario de Cristo, el primero; y la invitación universal a evangelizar, el segundo.

La Iglesia es Una, es decir, es única y todos sus fieles están unidos –en comunión leal- entre sí y con la cabeza, que es Jesucristo. Y unidos también, en consecuencia, con quien Él pone al frente de su Iglesia: el Romano Pontífice. Esta unidad es distintivo claro e irrenunciable de la Iglesia católica.

Pero no basta saberlo: un católico debe reflejar en su vida la comunión con el Papa, sea quien sea en un momento determinado de la historia. ¿Qué supone esto para la vida de un fiel cristiano? Sencillamente, poner el conocimiento y la voluntad –y los afectos- en sintonía con el Papa.

Y para ello, conocer lo que el Papa dice, con la profundidad adecuada a las circunstancias de cada persona, pero siempre con interés. Hoy en día este cometido se ha facilitado mucho con la mejora de las comunicaciones. Cualquier fiel puede hoy estar al día de lo que el Papa ha dicho esta semana, o incluso hoy mismo; y el mismo interés se traducirá en la lectura de algún documento pontificio o su resumen, para estar al tanto de los temas que importan a la Iglesia.

La voluntad y los afectos conducirán, al fiel católico, a rezar por el Papa con una oración generosa, y a ofrecer por él los sacrificios y dificultades que encuentre en su camino. También, por supuesto, a defenderle de posibles críticas y malentendidos, tomando siempre partido por el Romano Pontífice, aun sabiendo que es una persona humana con las limitaciones propias de nuestra naturaleza; y la razón de esta postura es que, incluso con sus limitaciones, ha sido elegido por Dios como sucesor de San Pedro al frente de la Iglesia.

No es un argumento humano, sino sobrenatural. Es la fe la que nos hace ver en el Papa al representante de Jesucristo.

Aunque también será necesario apoyarle de un modo más terreno –pues vivimos en el mundo- con nuestra aportación material a la Iglesia y a la sede Apostólica.