La conclusión del discurso misionero de Jesús afirma con claridad que el amor a él debe ser más grande que cualquier otro amor familiar. Es el mismo Jesús que, en otros pasajes del Evangelio, reprocha a los fariseos el sustraerse al amor con obras hacia los padres bajo la excusa de sostener el templo. No pide que no se ame a los parientes, sino que se los ame con el amor de Cristo, por Cristo, en Cristo. Así el discípulo, libre de ataduras que podrían condicionarlo a familiares que atienden más a la conservación de los bienes terrenos, es capaz de aceptar el desprendimiento incluso de la vida que implica el seguimiento de Cristo: tomar su cruz y seguir a Cristo; aceptar un final que puede ser también cruento, no deseable.

En la pandemia del covid-19 centenares de médicos, enfermeros, sacerdotes, monjas, parientes y trabajadores han perdido la vida o la han puesto en riesgo por ayudar, curar, dar un vaso de agua fresca “a uno de estos pequeños”. Un párroco se privó del oxígeno para darlo a un enfermo más joven, y murió. Innumerables historias en la Iglesia nos dicen que la enseñanza de Jesús sigue siendo actual y viva, que no ha pasado de moda. No se ha adaptado. Es para vivirla a la letra. Así, el discípulo pierde su vida, en el martirio o poco a poco, a lo largo de los días de su propia existencia. Y se encuentra con plenitud de corazón, con plenitud de sentido, rodeado de personas que lo circundan de afecto imperecedero. Siendo libre para amar a Cristo con todo su ser y a todas las demás personas en Él y por Él, pierde su vida, pero la reencuentra en la acogida que recibe como discípulo de Cristo.

Al profeta Eliseo, una rica mujer, de aceuerdo con su marido, le prepara en Sunén una habitación para que pueda reposar cuando viaje por aquella zona. Y es recompensada por el profeta con la promesa de un hijo, ella, que no había concebido, y su marido, que era anciano. La acogida se menciona seis veces al final de este discurso de Jesús. ¡Así es de importante! Pensemos en los lugares de antigua tradición cristiana que han hecho cultura de recibir al refugiado, al extranjero, al perseguido. Jesús promete una recompensa grandiosa: a quien recibe a un profeta como profeta, a un justo como justo, a un pequeño del Señor como pequeño, le llegará de parte de Dios la recompensa que Él mismo ha reservado para el profeta, para el justo y para los pequeños que son suyos.

 

Dejémonos sorprender por esta lógica de Dios, tan distinta de la lógica humana. Prediquémosla. Sin miedo de tener la manga ancha. Es la manga de Jesús. Son palabra de Jesús que hay que proclamar desde los tejados.