Leemos la segunda parábola que Jesús narra a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos del pueblo: la de la viña y de los labradores homicidas. En la primera lectura hemos escuchado el bellísimo canto de amor y de dolor del capítulo 5 de Isaías, el “Canto de la viña”.

Comienza cantando el trabajo por amor, para luego hacer ver la desilusión. “Voy a cantar a mi amado la canción de mi amigo y su viña: Mi amado tenía una viña en una loma fértil. La cercó con una zanja y la limpió de piedras, la plantó de cepas selectas, construyó en medio una torre, y excavó un lugar. Esperó a que diera uvas, pero dio agraces. Ahora, habitantes de Jerusalén y hombres de Judá: juzgad entre mi viña y yo. ¿Qué más pude hacer por mi viña, que no lo hiciera? ¿Por qué esperaba que diera uvas, y dio agraces?”. Jesús cita implícitamente a Isaías en su parábola. Jesús, el genio de las parábolas y el maestro en las relaciones, logra dialogar con enemigos y detractores empleando parábolas. Así, consigue hacerles pensar con un poco de sentido común, y les hace salir de sus circuitos mentales prefijados. No hay nada de razonable en las acciones del dueño de la viña, que manda a los siervos a recoger la vendimia y son asesinados uno a uno. Continúa mandando a otros, y también ellos mueren.

Después manda a su hijo, en un acceso de ingenua y generosa bondad. Y lo matan también a él. En ese momento, Jesús pregunta: ¿qué hará el dueño de la viña? Y le responden: “A esos malvados les dará una mala muerte, y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo”. Y Jesús confirma sus palabras, con las que han previsto su propio fin: a vosotros “se os quitará el Reino de Dios y se le entregará a un pueblo que rinda sus frutos”. No hay venganza en sus palabras, pronunciadas de parte de Dios, sino misericordia y perdón. Su viña, en cambio, irá a otros.

La parábola es la historia de Israel. Jesús piensa en el pueblo de su Iglesia, que no sucumbirá, por asistencia divina. Pero a algunos cristianos, o grupos de cristianos, les puede suceder algo parecido: podemos provocar la desilusión de Dios; usar la viña como si fuera nuestra, como si fuera el lugar de la expresión de nuestro poder; robar al Hijo su herencia, donde Él querría que hubiera un lugar donde su amor viva, se manifieste y difunda.

Pero la esperanza de Dios, lo sabemos, no será vana. Dios vuelve a confiar en nosotros. Y Jesús será siempre la piedra angular sobre la cual reconstruir su Iglesia, como le pidió a Francisco y a otros a lo largo de los siglos. Dios siempre busca un resto de Israel, fiel a su corazón, sensible a sus palabras, con capacidad de mantener vivo su Evangelio y su obra de salvación.