Cuentos con moraleja: una difícil decisión
Hace ya bastantes años me contaron una historia real que ocurrió a mitad del siglo pasado en un pueblecito costero de Pontevedra llamado Priegue. Su párroco, don Antonio, que era oriundo del pueblo, una vez ordenado sacerdote tomó posesión de la parroquia de San Mamede y en ella había permanecido por más de treinta y cinco años. Era un hombre afable y muy querido por todos. Había bautizado, dado la primera comunión, casado y bendecido los barcos de la gran mayoría de los habitantes de ese pequeño y bellísimo pueblo pesquero.
Un domingo, acabando la Misa de 11 de la mañana, don Antonio anunció a los fieles que estaba con ellos su mejor amigo, Fabio. Fabio era un señor muy mayor, originario de Priegue, pero que, por motivo de una tragedia familiar, se tuvo que ir a vivir a Brasil a finales de los 60. Los más viejos del pueblo lo recordaban como Fabio el brasileiro; pero, desde que se fue, no había vuelto a poner los pies en España. Casi cuarenta años después, aprovechando un viaje para enterrar a su hermano menor que acababa de morir en Vigo, se acercó a su pueblo natal para saludar a algunos parientes que todavía estaban vivos. Cuando se enteró de quién era el párroco vino a la Iglesia a saludarlo.
A pesar de la diferencia de edad que existía entre don Antonio y Fabio, por razones que nadie sabía, según contó el mismo don Antonio, era el amigo que más quería en este mundo. El padre Antonio, invitó a todos a pasar al salón parroquial después de la Misa para tomarse un café y compartir con él.
Hechas las presentaciones por don Antonio, Fabio, miró con cariño a todos, y comenzó diciendo:
– Me llamo Fabio. Nací en este maravilloso pueblo hace ochenta años. Cuando tenía alrededor de cuarenta, por motivos personales, me tuve que trasladar a Brasil. Desde entonces he vivido allí.
– Pero, permítanme que les cuente una historia que ocurrió en este pueblo poco antes de irme y que probablemente ninguno de ustedes sabrá: Era una tarde otoñal, un padre, su hijo y un amigo del hijo, habían salido a navegar con su velero cerca de la Isla de San Martiño, cuando de repente les sorprendió una fortísima tormenta. Las olas eran tan altas que, aunque el padre era un navegante experimentado, no pudo dominar el velero y los tres fueron arrastrados mar adentro.
Fabio, hizo un breve receso para tomar aire, beber un poco de agua, y prosiguió:
– Después de cuatro horas de intensa lucha por mantenerse a flote, una gigantesca ola barrió la cubierta con tal fuerza que el hijo y su amigo fueron arrojados al mar. El padre, cogiendo una soga de rescate, tuvo que tomar la decisión más difícil de su vida: ¿A cuál de los dos le tiro la soga? Sólo tenía unos segundos para decidirse, pues las olas eran tremendas. Él sabía que su hijo era un buen cristiano; en cambio, el amigo no lo era. En esto que el padre le gritó a su hijo: “¡Te amo, hijo mío!, pero tiró la soga al amigo de su hijo. Una vez que lo tuvo a bordo, se dispuso a salvar a su hijo; pero éste ya había desaparecido bajo las olas en medio de la oscuridad de la noche. Por más que lo buscaron, nunca apareció. Ni siquiera se encontró su cuerpo.
Los parroquianos, que habían acudido al salón parroquial más por el compromiso con el párroco que porque tuvieran interés alguno en conocer a este abuelo, poco a poco se iban quedando intrigados con la historia que les estaba contando este personaje desconocido. Los ojos, sobre todo los de los más jóvenes, reflejaban inquietud y deseo de conocer el desenlace de la historia. En esto que nuestro anfitrión siguió diciendo:
– Sabía que su hijo iría al cielo con Jesús, pero temía por el destino del otro joven pues no conocía a Cristo. Es por eso por lo que decidió entregar a su hijo para salvar la vida del amigo de su hijo.
Respiró profundamente, como para captar aún más la atención de los oyentes, y prosiguió:
– ¡Qué grande es el amor de Dios que hizo lo mismo por nosotros! Nuestro Padre celestial sacrificó a su Hijo para que nosotros pudiéramos salvarnos. Yo les pido que acepten la oferta del rescate y agarren la soga de vida que Él les está ofreciendo en este mismo momento a cada uno de ustedes.
Extrañados e impresionados por el desenlace de la historia, y, sin saber nadie qué decir, se miraban los unos a los otros como preguntándose: ¿y todo esto a cuento de qué?
A la salida, dos jóvenes se acercaron al anciano y le dijeron:
– Ha sido una historia muy bonita para entender el amor de Dios al entregar a su único Hijo por cada uno de nosotros. Pero creo que no es realista, no creo que un padre entregase la vida de su hijo con la esperanza de que el otro se convirtiera.
– Comprendo lo que decís. Replicó el anciano, mientras de sus ojos brotaron dos lágrimas – ¿De verdad os parece que no fue muy realista? Pues tengo algo más que deciros, queridos amigos: yo soy ese padre, y vuestro párroco era el amigo de mi hijo.
(Nota: la historia es real; los personajes y lugares que se mencionan, no se corresponden con la realidad para mantener el silencio y el anonimato de quien así lo vivió).