Dios quiso hacerse hombre, venir a esta tierra a compartir con nosotros las alegrías y los dolores humanos, anonadándose, como dice San Pablo, y olvidando su dignidad y excelencia. Además, renunció a toda riqueza y a toda comodidad material, dándonos prueba con su nacimiento en Belén. Sin embargo, hay una circunstancia a la que no quiso renunciar, una riqueza propia del ser humano que consideró codiciable: disponer de una familia. Dios se preocupó de prepararse una Madre y alguien que -en lo humano- hiciera de padre.

Este modo de ver el misterio de la Encarnación comunica a la familia un realce y una dignidad incomparables. ¡Cuántas cosas humanas nobles y buenas hay en la vida, y ninguna de ellas mereció la atención de Dios! La familia, en cambio, sí; para ser perfecto hombre -además de perfecto Dios- Jesús estimó que necesitaba una familia.

Solamente en el seno de una familia podía alcanzar la madurez humana suficiente para llevar a cabo su misión: darnos a conocer al Padre y entregar su vida para la salvación de los hombres. ¿Qué buscaba Jesucristo al prepararse una familia en la tierra, Él, que como hombre había renunciado a su omnipotencia y a la felicidad del cielo? Sencillamente el amor de una madre y un padre. Prescindió de todo, menos de ese amor. Puede resultar inconcebible, pero así fueron las cosas.

Esto subraya la importancia que tiene la familia para el ser humano. Como explicó san Juan Pablo II, la familia es el lugar apropiado para que una persona venga a la vida. La dignidad de la persona reclama ser amada desde el primer instante de su concepción: disponer de un ámbito donde crecer y desarrollarse plenamente como persona, y éste es la familia.

Las consecuencias son innumerables y muy serias. La estabilidad familiar, por ejemplo, resulta fundamental para que una persona alcance la plena madurez; y sus apoyos son: el matrimonio indisoluble, un ambiente de cariño y educación, el derecho al trabajo y a una vivienda digna, etc. También la formación religiosa, acorde con la trascendencia del hombre, conviene iniciarse en las edades tempranas. Solo en el ámbito familiar se dan las circunstancias idóneas para que la idea religiosa forme parte de la propia vida, con la naturalidad de quien une lo más sublime con lo más ordinario y sencillo.

Hoy en día, la familia se ve atacada desde las más diversas instancias: los personales egoísmos, los afanes profesionales desmedidos, las leyes que facilitan las rupturas matrimoniales o que dificultan la generosidad en la descendencia, etc.

No importa, el ejemplo de Jesús, de María y de José es un norte claro para todas las familias cristianas. Y una fuente de gracias para que todas ellas se parezcan a esa Sagrada Familia de Nazaret.