El tercer domingo del tiempo ordinario está dedicado a la Palabra de Dios. En la primera lectura vemos cómo Nínive se convierte ante la predicación de Jonás, quien ha transmitido una palabra de Dios simplísima: “Estuvo Jonás deambulando un día entero por la ciudad, predicando y diciendo: -Dentro de cuarenta días Nínive será destruida. Las gentes de Nínive creyeron en Dios”. También la predicación inicial de Jesús es sencilla: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está al llegar; convertíos y creed en el Evangelio”.

Su predicación empieza cuando termina la de Juan. Si lo pensamos bien, es sorprendente: Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, es la buena noticia, y, sin embargo, espera pacientemente treinta años y luego espera a que Juan sea encarcelado y le impidan predicar. Jesús predica un anuncio simple, que retoma lo que decía Juan, quien proclamaba “un bautismo de penitencia para la remisión de los pecados” (Mc 1, 4). Inmediatamente después de haber comenzado su anuncio, lo primero que hace Jesús, según Marcos, es buscar y llamar a aquellos que predicarán en su nombre y después de él: los hermanos Simón y Andrés, Santiago y Juan. Así, nosotros aprendemos que Jesús vive la humildad de la predicación, de comenzar en el momento previsto por él y ponerse en continuidad con el Precursor, y de saber que tendrá poco tiempo y necesitará de apóstoles.

En su vida pública, con excepción de los cuarenta días en el desierto, no está solo ni un día. Más bien, con su estilo típicamente divino y humanamente muy atrayente, incluye a otros en su misión. También la soledad que vive en el desierto es mitigada por otras compañías: “Estaba con los animales y los ángeles le servían” (Mc 1, 13).

La soledad de Jesús, que veremos en sus años de predicación, es la soledad física, de algunas horas en las que busca la intimidad de la oración, en diálogo con el Padre y con el Espíritu Santo. A ésta se añade la soledad en que lo dejarán sus discípulos, que escapan en el momento de la captura, el proceso y la pasión en la cruz. Pero también esta soledad está acompañada por el Padre. Dirá a los suyos: “Me dejaréis solo, aunque no estoy solo porque el Padre está conmigo” y concluye: “Os he dicho esto para que tengáis paz en mí” (Jn 16, 32-33): también desde la soledad en la cual nosotros lo dejamos encuentra el modo de acogernos y reunirnos en la paz, junto a él. Él no quiere dejarnos solos. Por eso inventa una realidad nueva, una imagen nueva, que no existe antes en la Biblia: los pescadores de hombres. Es decir, la posibilidad de transformar todo trabajo y situación humana en ocasión de ayuda, de solidaridad y de salvación.