Queridos diocesanos:

“El Domingo de la Palabra de Dios, querido por el Papa Francisco en el III Domingo del Tiempo Ordinario de cada año, recuerda a todos, pastores y fieles, la importancia y el valor de la Sagrada Escritura para la vida cristiana… Para esto necesitamos entablar un constante trato de familiaridad con la Sagrada Escritura, si no el corazón queda frío y los ojos permanecen cerrados, afectados como estamos por innumerables formas de ceguera” [1].

“Mira que he puesto mis palabras en tu boca” (Jr 1,9). Los cristianos hemos de contemplar la Palabra de Dios como sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de la fe, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual. Es preciso comprenderla, poseerla y expresarla con actitudes de fe, de sencillez, de gratuidad y de constancia ya nos llame al desierto o al Tabor. Dios ha escondido en su Palabra variedad de tesoros para que cada uno pueda enriquecerse. Hemos de leer la Palabra de Dios como fuente de verdad que determina los contenidos de fe y como guía pedagógica del proceso que ha de alumbrarla. Ante la ambigüedad de los hechos la Palabra de Dios permite conocer el verdadero sentido. “La Palabra eterna y divina entra en el espacio y en el tiempo y asume un rostro y una identidad humana, tan es así que es posible acercarse a ella directamente pidiendo, como hizo aquel grupo de griegos presentes en Jerusalén: “Queremos ver a Jesús” (Jn 12, 20-21)” [2]. La Palabra es eternamente fiel como el Dios que la pronuncia y la habita. Por eso el que acoge con fe la Palabra no estará nunca solo; en la vida como en la muerte se entra a través de ella en el corazón de Dios: “Aprende a conocer el corazón de Dios en sus palabras” (San Gregorio Magno). “Si permanecéis en mi Palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8,31-32).

Acudamos a la Palabra de Dios, saboreándola en la liturgia, en la lectura espiritual, en la oración. “El fundamento de toda espiritualidad cristiana auténtica y viva es la Palabra de Dios anunciada, acogida, celebrada y meditada en la Iglesia” [3]. Hagamos silencio en nuestro interior para escucharla y meditarla. Desconocer la Escritura es desconocer a Jesucristo, escribe San Jerónimo. Preguntémonos ¿qué lugar ocupa en nuestra vida la Palabra de Dios?

Os saluda con afecto y bendice en el Señor,

+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.

 

[1] Nota de la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos, 17 de diciembre 2020.

[2] Mensaje final del Sínodo de Obispos sobre la Palabra de Dios, 26 de octubre de 2008, nº 4.

[3] BENEDICTO XVI, Exhortación Apostólica Post-Sinodal Verbum Domini, 121.