“Los sueños se construyen juntos”

Queridos diocesanos:

Seguimos haciendo memoria del Congreso Nacional de Laicos y de nuestro Sínodo diocesano. En este contexto celebramos el día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar en la solemnidad de Pentecostés. En esta Jornada nos referimos a este texto clarificador del Papa: “He aquí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente… Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia adelante. Qué importante es soñar juntos… Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos” [1].

En este momento caracterizado por cambios imprevisibles que están afectando a la Iglesia, “el esfuerzo orientado al anuncio del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo, exaltados por la esperanza, pero a la vez perturbados con frecuencia por el temor y la angustia, es sin duda alguna un servicio que se presenta a la comunidad cristiana e incluso a toda la humanidad” [2]. No ignoramos que se está produciendo una ruptura en la transmisión generacional de la fe en nuestras comunidades cristianas. “Algunas causas de esta ruptura son: la falta de espacios de diálogo familiar, la influencia de los medios de comunicación, el subjetivismo relativista, el consumismo desenfrenado que alienta el mercado, la falta de acompañamiento pastoral a los más pobres, la ausencia de una acogida cordial en nuestras instituciones, y nuestra dificultad para recrear la adhesión mística de la fe en un escenario religioso plural” [3]. No cabe duda de que “cuanto más se seculariza la sociedad civil y política, más deben comprender los católicos, por encima de toda posible confusión, que su pertenencia a la Iglesia que les trasmite ya en este mundo el germen de la vida divina, libera el fondo de su ser haciéndole respirar en lo eterno” [4].

Purificando cada día nuestra fe, estamos llamados a edificar la ciudad de Dios en medio de la ciudad de los hombres, siendo amables y comprensivos, entregando la vida por los demás como comprobamos también durante esta pandemia. Necesitamos “comunidades eclesiales maduras” [5]; comunidades de fe confesada en la adhesión a la Palabra de Dios, celebrada en los sacramentos y vivida en la caridad como alma de la existencia moral cristiana [6], sabiendo que el laico cristiano ha de crecer interiormente en el itinerario progresivo de la santidad. Esto exige una formación para la misión: evangelizar en la calle con una vida coherente, viviendo la experiencia de Dios. Hay que pasar del laico consumidor de actividades eclesiásticas a un laicado corresponsable en la misión evangelizadora de la Iglesia, evitando el peligro del clericalismo que lleva a funcionalizar el laicado y a diluir la gracia bautismal. En este sentido hay que discernir qué lugar ocupa el apostolado seglar en nuestras parroquias y cómo impulsar la acción de los laicos en aquellas experiencias fundamentales como son la familia, la educación, la cultura, la actividad laboral y la presencia en la vida pública.

Necesitamos abrirnos a la trascendencia y a la fraternidad, al discernimiento y a la sinodalidad. Es posible que no hayamos armonizado conocimiento y experiencia de fe, ni prestado atención a las inquietudes de las personas, ni realizado una revisión precisa de nuestra acción pastoral. Ante estos desafíos hemos estado tal vez distraídos y no hemos percibido la relevancia de los mismos. En este sentido el papa Francisco nos dice: “Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una simple administración… Constituyámonos en todas las regiones de la tierra en un estado permanente de misión” [7]. Es la hora de caminar juntos como Pueblo de Dios, pastores, consagrados y laicos, conscientes de que todos somos necesarios a la hora de evangelizar. La sinodalidad nos interpela a estar en el corazón del mundo asumiendo el compromiso en la vida pública, conscientes de que “la Iglesia no pretende disputar poderes terrenos, sino ofrecerse como hogar entre los hogares, abierto para testimoniar al mundo actual la fe, la esperanza y el amor al Señor y a aquellos que Él ama con predilección” [8].

No olvidemos que el “apostolado de los laicos, que surge de su misma vocación cristiana, no puede faltar nunca a la Iglesia” (AA 1). En la Iglesia diocesana ha de crecer la conciencia de que el laico tiene una misión eclesial por derecho propio y como consecuencia de su pertenencia a la Iglesia. Es en la historia en donde todas las realidades creadas comienzan a ser transformadas por la fuerza del Evangelio. Hay que anunciar la novedad de Cristo en esta sociedad en la que los miembros de las asociaciones de apostolado laical han de “personalizar la fe y vivirla evangélicamente, seguir un proceso de formación permanente, celebrar comunitariamente la fe, encontrar el ámbito eclesial de discernimiento comunitario, asumir las responsabilidades personales y ser fieles a los compromisos adquiridos en la comunidad eclesial y en la vida pública, constituir el sujeto social necesario para una presencia pública significativa y eficaz”[9].

¡Que el Espíritu Santo nos ilumine en la tarea evangelizadora y revitalice el Apostolado Seglar y la Acción Católica! Os saluda con afecto y bendice en el Señor.

 

+ Julián Barrio Barrio

Arzobispo de Santiago de Compostela.

 

[1] FRANCISCO, Fratelli tutti, 8.

[2] PABLO VI, Exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi, nº 1.

[3] FRANCISCO, Evangelii gaudium, 70.

[4] HENRI DE LUBAC, Diálogo sobre el Vaticano II, Madrid 1985, 81.

[5] Christifideles laici, 34.

[6] Cf. Ibid., 33.

[7] FRANCISCO, Evangelii gaudium, 25.

[8] FRANCISCO, Fratelli tutti, 276.

[9] Ibid., 97.