El próximo 23 de mayo se celebra el Día de la Acción Católica y Apostolado Seglar, este año bajo el lema, «Los sueños se construyen juntos».

¿Cuál es el mensaje de los obispos?

A través de la Comisión Episcopal de Laicos, Familia y Vida, los obispos centran esta Jornada en el Congreso de Laicos que ha cumplido su primer aniversario. En este contexto actual, marcado por la pandemia, la línea a seguir es continuar remando como Iglesia, con el fin de hacer realidad los sueños expresados en el Congreso, marcados por la senda del discernimiento y de la sinodalidad.

Además, el lema de la Jornada está inspirado en la carta encíclica del Papa Francisco, Fratelli Tutti sobre la fraternidad y la amistad.

 

Mensaje de los obispos

Con motivo de la solemnidad de Pentecostés, la Iglesia celebra el día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, que nos impulsa a descubrir la riqueza del laicado en la vida del Pueblo de Dios. La Jornada de este año se inspira en el Congreso de Laicos, que ha cumplido recientemente su primer aniversario, y la carta encíclica del papa Francisco, Fratelli tutti, sobre la fraternidad y la amistad social. En concreto, el lema de este Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar está tomado del número 8 de la mencionada carta encíclica: He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente. (…) Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos! (…) Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos. En este contexto actual, marcado por la pandemia, nos toca seguir remando como Iglesia, con el deseo de hacer realidad esos sueños expresados en el Congreso de Laicos, que nos invitaban a recorrer la senda del discernimiento y de la sinodalidad. Debemos ser conscientes, desde el primer momento, de que estos sueños no son nuestros, sino de Dios para nosotros, para la Iglesia que peregrina en España y que desea llevar a cabo un renovado Pentecostés. Se trata de sueños que tienen una doble dimensión: ad intra de la Iglesia y ad extra, hacia la realidad de nuestro mundo actual. Y como los sueños son de Dios significa que nuestra actitud permanente como Iglesia debe ser la del discernimiento comunitario. Este método que implica, según el papa Francisco, reconocer-interpretar-elegir, es algo especialmente necesario para que la Iglesia, y por tanto también los laicos, lleven a cabo su misión evangelizadora, sin quedarse en bellos propósitos o buenas intenciones (GE, n. 169). El discernimiento nos permitirá captar los sueños de Dios, su plan de salvación, su voluntad; en definitiva, que nos llevemos a preguntar, como aparece en el evangelio: «Entonces, ¿qué debemos hacer?» (Lc 3, 10). Discernir no consiste solo en ver, en mirar la realidad, sino en ser capaces de captar cómo Dios está actuando en la historia; se hace presente incluso antes de que nosotros lo podamos descubrir. Esta reflexión tiene un contenido que apunta, obviamente, hacia lo teológico, es decir, hacia un cierto hablar sobre Dios o, si se quiere, ese balbuceo sobre las huellas que la Divinidad va dejando en el día a día de nuestra vida. Porque Dios nos habla en la historia, en nuestra historia hablamos de Dios. De ahí que somos interpelados a descubrir la voz de Dios en el grito de cada uno de los seres humanos que encontramos en nuestro caminar, aprender a escuchar para sanar heridas y liberar personas, sin necesidad muchas veces de dar nada, sino generar espacios de escucha. Acompañar procesos, pero antes mirar la realidad desde esa mística de los ojos abiertos, del corazón agradecido por la vida que se entrega alegremente a los demás. El otro gran sueño de Dios para su Iglesia es el de la sinodalidad, que nos debe llevar a descubrir que somos un único Pueblo de Dios, pastores, vida religiosa y laicos, y que todos somos necesarios para llevar a cabo la tarea evangelizadora. Por el sacramento del bautismo, todos nos tenemos que sentir llamados y enviados, discípulos misioneros. El papa Francisco resume muy bien esta dinámica en Evangelii gaudium: Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador, y sería inadecuado pensar en un esquema de evangelización llevado adelante por actores calificados donde el resto del pueblo fiel fuera solo receptivo de sus acciones. La Nueva Evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados (…). Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos que somos “discípulos” y “misioneros” sino que somos siempre, “discípulos misioneros” (EG, n. 120). El fundamento de la sinodalidad lo encontramos en la eclesiología del pueblo de Dios que «destaca la común dignidad y misión de todos los bautizados en el ejercicio de la multiforme y ordenada riqueza de sus carismas, de su vocación, de sus ministerios». Por eso el sueño de la sinodalidad nos hace pensar en una Iglesia en la que los laicos no son “actores de reparto” o secundarios, sino protagonistas, junto con los pastores y la vida religiosa, en la misión de anunciar el Evangelio de Jesucristo. Para ir haciendo realidad este sueño es imprescindible que evitemos caer en la tentación del clericalismo, en el que late la falsa idea de que los laicos son cristianos de segunda, confundiendo la promoción del laicado con su implicación solo en tareas intraeclesiales y de organización de la pastoral. El papa Francisco afirma que el clericalismo surge de una visión elitista y excluyente de la vocación, que interpreta el ministerio recibido como un poder que hay que ejercer más que como un servicio gratuito y generoso que ofrecer (…), es algo que nos lleva a creer que pertenecemos a un grupo que tiene todas las respuestas y ya no necesita escuchar y aprender nada. La sinodalidad nos debe llevar también a vivir la comunión entre Movimientos y Asociaciones, y en relación a la diócesis y las parroquias. Y el modelo del camino sinodal de la Iglesia y su alimento cotidiano lo encontramos en la eucaristía. En torno a ella se reúne y de ella se alimenta el entero Pueblo de Dios. El sueño de una Iglesia sinodal se traduce en una Iglesia en salida, del acompañamiento, de la fraternidad. Una Iglesia que busca crear puentes de diálogo, de encuentro con los que son y piensan diferente a nosotros, frente a una cultura del enfrentamiento, del descarte. Nuestra sociedad, que sangra por “muchos poros”, a causa de los problemas sanitarios, económicos, laborales, sociales, espera de nosotros, como Iglesia, que sepamos ser compañeros de camino entre tantas encrucijadas e incertidumbres como se presentan. La parábola del buen samaritano (Lc 10,25-37) recobra, en estos momentos, una gran actualidad. Hoy, y cada vez más, hay muchos heridos en la cuneta de la historia frente a los que no podemos pasar de largo. Jesús, en esta parábola, nos interpela a dejar de lado toda indiferencia y, ante el sufrimiento, volvernos cercanos a cualquiera. Entonces, ya no digo que tengo “prójimos” a quienes debo ayudar, sino que me siento llamado a volverme yo un prójimo de los otros (FT, n. 81). El sueño de la sinodalidad nos interpela también como Iglesia, y, como laicado, a estar en el corazón del mundo, encarnando el mensaje evangélico del amor y la misericordia, impulsando la caridad política. Es necesario que volvamos a redescubrir que «lo propio y peculiar de los laicos”» (LG, n. 31) es su compromiso en la vida pública. Como afirma el papa Francisco: Si bien la Iglesia respeta la autonomía de la política, no relega su misión al ámbito de lo privado (…). [La Iglesia] no pretende disputar poderes terrenos, sino ofrecerse como un hogar entre los hogares —esto es la Iglesia—, abierto (…) para testimoniar al mundo actual la fe, la esperanza y el amor al Señor y a aquellos que Él ama con predilección (…) queremos ser una Iglesia que sirve, que sale de casa, que sale de sus templos, que sale de sus sacristías, para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad (…) para tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación (FT, n. 276). Los sueños se construyen juntos, es decir, no son una realidad cumplida, sino un proceso en construcción, un camino. Afirma Aristóteles que «la esperanza es el sueño del hombre despierto». Que este Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, a la luz del Congreso de Laicos, nos sirva de estímulo para seguir soñando con esperanza en este proceso de impulso y dinamización del laicado en España. Damos gracias a Dios por el trabajo de las delegaciones diocesanas de Apostolado Seglar, los Movimientos y Asociaciones, la Acción Católica, el Consejo Asesor de Laicos, que ha sido creado recientemente, y el testimonio silencioso y abnegado de tantos laicos de nuestras parroquias, que se esfuerzan cada día por vivir su vocación laical en la Iglesia y en el mundo, desde el discernimiento y la sinodalidad. Que la Virgen María, Reina de los Apóstoles, y el Espíritu Santo, os colmen de sus bendiciones para que juntos, sinodalmente (pastores, vida consagrada y laicos) hagamos realidad, en la Iglesia y en nuestra sociedad, los sueños de Dios para la humanidad.