Cuentos con moraleja: prefiero ser una vasija agujereada
Un acarreador de agua tenía dos grandes vasijas que colgaban de los extremos de un palo que él llevaba encima de los hombros. Una de las vasijas tenía multitud de pequeños agujeritos por donde se iba perdiendo el agua poco a poco, mientras que la otra era perfecta y entregaba toda el agua al final del largo camino a pie desde el arroyo hasta la casa de su patrón en lo alto del cerro. Cuando llegaba nuestro buen hombre a su destino, la vasija agujereada sólo contenía la mitad del agua.
Por dos años completos así ocurría diariamente. La vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros, cumplía con los fines para la cual había sido creada; pero la pobre vasija agujereada estaba muy avergonzada de su propia imperfección y se sentía miserable porque sólo podía conseguir la mitad de lo que se suponía debía hacer. Después de dos años le habló al aguador diciéndole:
- Estoy avergonzada de mí misma y me quiero disculpar contigo…
- ¿Por qué? – le preguntó el aguador.
- Porque debido a mis agujeritos, sólo puedes entregar la mitad de mi carga.
El aguador se sintió muy apesadumbrado por la vasija y con gran compasión le dijo:
- Cuando regresemos a la casa del patrón, quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino.
Así lo hizo, y en efecto, vio muchísimas flores hermosas a todo lo largo; pero de todos modos se sintió muy apenada porque al final sólo llevaba la mitad de su carga.
El aguador le dijo:
- ¿Te diste cuenta de que las flores solo crecen en tu lado del camino? Siempre he sabido de tus agujeritos y quise obtener ventaja de ello, siembro semillas de flores a todo lo largo del camino por donde tú vas y todos los días las vas regando. Por dos años yo he podido recoger estas flores para llevárselas a mi madre al cementerio. Sin ser exactamente cómo eres, ella no hubiera tenido ese regalo cada día.
Cada uno de nosotros tiene sus propias “grietas”. Todos somos vasijas agrietadas, pero si le permitimos a Dios utilizar nuestras grietas para decorar la mesa de su Padre… En la gran economía de Dios, nada se desperdicia.
“O felix culpa quae talem et tantum meruit habere Redemptorem”.[1]
Y aún más todavía. Yo mismo, sacerdote de Cristo, prefiero ser como un cántaro con pequeños agujeritos por donde se va perdiendo el agua, pues por donde paso voy “regando” el corazón de las personas que necesitan y desean ponerse en contacto con Dios. A mí me cuesta un poco de mi vida; con el paso de los años me voy consumiendo y vaciando. Pero gracias a ello se va regando el camino y van apareciendo flores bellas que un día acompañarán a Dios en el cielo.
Mi vida es como el cesto de compras de nuestro entrañable Fray Escoba. Mandado por su superior del convento, iba al mercado a hacer las compras; pero de vuelta, se iba encontrando con multitud de personas que le pedían una caridad. Él, del cesto, iba sacando todo aquello que le pedían; y, ¡oh maravilla de Dios!, cuando llegaba al convento, su cesto estaba lleno.
Yo personalmente prefiero ser como esa vasija con multitud de pequeños agujeros. Deseo y necesito ir perdiendo “mis riquezas”, pues sólo de ese modo, será Cristo quien me llene.
[1] ¡Feliz la culpa (de Adán) que mereció tal Redentor!