Juana trabajaba en una planta distribuidora de carne. Un día, terminando su horario de trabajo, fue a uno de los refrigeradores para inspeccionar algo; en ese momento se cerró la puerta, se bajó el seguro y para su sorpresa quedo atrapada dentro.

Aunque golpeó la puerta fuertemente y comenzó a gritar, nadie pudo escucharla. La mayoría de los trabajadores había partido a sus casas, y fuera del congelador era imposible escuchar lo que ocurría dentro.

Cinco horas después, y al borde de la muerte, alguien abrió la puerta. Era el guardia de seguridad, que entró y la rescató.

Juana preguntó a su salvador cómo se le ocurrió abrir esa puerta si no era parte de su rutina de trabajo, y él le explicó:

Llevo trabajando en esta empresa 35 años; cientos de trabajadores entran a la planta cada día, pero tú eres la única que me saluda en la mañana y se despide de mí en las tardes. El resto de los trabajadores me tratan como si fuera invisible.

Hoy, como todos los días, me dijiste tu simple ¡Hola! a la entrada, pero nunca escuché el ¡Hasta mañana! Espero por ese ¡Hola! y ese ¡Hasta mañana! todos los días. Para ti yo soy alguien, y eso me levanta cada día. Cuando hoy no oí tu despedida, supe que algo te había pasado. Te busqué y te encontré.

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A veces pasamos por delante de las personas y estamos tan enfrascados en nuestros problemas que ni nos acordamos de decir ¡buenos días! Yo tengo un loro verde más de veinte años; se puede decir que se crio conmigo. Cada vez que paso por delante de él le tengo que decir al menos: ¡hola, yaco! Si en alguna ocasión paso sin decirle nada, inmediatamente oigo un sonido de queja para recordarme: ¡Lucas, que estoy aquí! Si esto es capaz de hacerlo un loro cuando se siente “ninguneado”, ¡cuánto más una persona!

Esos detalles tan pequeños y que cuestan tan poco trabajo, ¡buenos días! ¡vaya con Dios! ¡mamá, ya estoy en casa!; para otras personas pueden ser un signo de que les tenemos en cuenta, de que las amamos. Son detalles muy pequeños, pero que, como a la amiga de nuestra historia, un día te podrían dar la vida.

Hay alguien muy especial que nos ama de modo singular, y me refiero a Jesús y María. No pases ningún día delante de una imagen o de una Iglesia sin que tengas un movimiento de cariño en el corazón que te hagan decir: ¡Jesús te amo! ¡Sagrado Corazón de Jesús en Vos confío! ¡Oh, María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Vos! O cualquier otra jaculatoria que se te ocurra. Podría haber un día en el que estuvieras “atrapado” y al no verte pasar Jesús o María enseguida pensarán: “¡algo le ha pasado. Voy a buscarle!”.