Comentario al Primer Domingo de Adviento
Comenzamos el Adviento con los discursos de Jesús sobre el fin de los tiempos y su segunda venida. Jesús habla de trastornos cósmicos. Sus oyentes estaban convencidos de la conexión entre la naturaleza y la historia, y veían en el mar tempestuoso una imagen del caos que se oponía al orden de las estrellas y de los cielos. Si el desorden y el caos llegan a los cielos, entonces el final está cerca. Lucas, buen médico, destaca las reacciones de “angustia”, “ansiedad” y “miedo” que provoca muerte. En este cuadro dramático, que nos recuerda hechos reales -terremotos, huracanes, inundaciones, erupciones volcánicas- aparece la imagen de la segunda venida del Hijo del Hombre “en una nube con gran poder y gloria”.
La nube es en la Biblia un signo de la presencia de Dios. Una nube envuelve a Jesús con los tres apóstoles. Moisés y Elías en el Monte de la Transfiguración. Lucas describe la Ascensión así: “Mientras ellos lo observaban, se elevó y una nube lo ocultó a sus ojos” (Hch 1, 9). Dos hombres vestidos de blanco dicen a los apóstoles: “Este mismo Jesús, que de entre vosotros ha sido elevado al cielo, vendrá de igual manera a cómo le habéis visto subir al cielo”. Al entrar en la nube en el Monte de la Transfiguración, los apóstoles “tuvieron miedo”; en cambio Jesús, después de haber hablado de la nube de su segunda venida, nos insta a ponernos de pie y levantar la cabeza, actitudes que expresan una expectativa llena de esperanza: “Porque se aproxima vuestra redención”.
Pero Jesús nos advierte también que aún podríamos perder esa salvación, y por eso se nos invita a velar y orar para evitar que nuestro corazón “se ofusque” por “la crápula, la embriaguez y los afanes de la vida”. El verbo que usa Lucas recuerda el endurecimiento del corazón del Faraón cuando Moisés le pidió que dejara partir a su pueblo (Ex 7, 14). Velamos para tener el corazón despierto con la esperanza que el Señor nos transmite con Jeremías: “Suscitaré a David un brote justo, que ejerce el derecho y la justicia en la tierra. En aquellos días, Judá será salvada y Jerusalén vivirá en paz, y será llamada: El Señor nuestra justicia”. Las palabras de Pablo a los Tesalonicenses, el escrito más antiguo del Nuevo Testamento que nos ha llegado, inmersas en la expectativa de la segunda venida de Cristo, nos sugieren cómo orar en esta espera: “Que el Señor os colme y os haga rebosar en el amor de unos con otros, y en el amor hacia todos, como es el nuestro hacia vosotros, para que se confirmen vuestros corazones en una santidad sin tacha”. Además, el Señor no vendrá solo, sino “con todos sus santos”, sus amigos, nuestros compañeros de viaje, hermanos en la fe ya en la gloria, que son nuestros intercesores.