Comentario al Segundo Domingo de Adviento
En las primeras palabras después del Evangelio de la infancia de Jesús y de Juan, Lucas sigue una costumbre frecuente en los libros proféticos del Antiguo Testamento y empieza citando a las autoridades civiles y religiosas del momento en el que la palabra de Dios “le acontece” a Juan.
Como Isaías, Jeremías, Baruc, Ezequiel, Oseas, Amós y otros, que comienzan su libro definiendo el tiempo histórico en que se les manifestó la palabra de Dios. Esto significa que la Palabra de Dios entra en la historia para salvarla, y su acontecimiento es históricamente verificable. Lucas revela también así que quiere presentar a Juan como un profeta enviado por Dios. Ya en los pasajes dedicados a la infancia de Jesús y de Juan, Lucas nos había acostumbrado a esta estructura: situación histórica y palabra de Dios que llega. “En tiempos de Herodes, rey de Judea”, dice Lucas, la palabra de Dios, traída directamente por el ángel Gabriel, llegó a Zacarías y luego a María de Nazaret. Introduce el nacimiento de Jesús citando el decreto de César Augusto sobre el censo emitido “en aquellos días”, y que “se hizo cuando Quirino era gobernador de Siria”.
La historia humana y la Palabra de Dios se entrelazan, y la Palabra de Dios que se hace hombre en el seno de María entra en la historia de una manera completamente nueva y hasta entonces inimaginable. Los nombres de las autoridades son siete, cinco civiles y militares y dos religiosas. Un número que en la Biblia recuerda la plenitud. Lucas nos deja entender que todas las autoridades de todo tipo y de cada época, y toda la historia humana, serán habitadas de una manera nueva y para siempre por la palabra de Dios, con extraordinaria fuerza y eficacia. “Todo valle será rellenado, todo monte y colina allanados; los caminos torcidos se volverán rectos y los inaccesibles, nivelados”.
Recordamos las palabras de Jesús que define a Juan como “el más grande entre los nacidos de mujer”, pero que también añade: “El más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él”. Nosotros también estamos en esa pequeñez. Recordemos, pues, la dimensión profética de nuestra vocación cristiana. Reconocemos que es iniciativa de Dios, y que su palabra recibida provoca como consecuencia: ir, actuar y hablar. Es el mismo proceso que se da en María y, con más dificultad, en Zacarías. Reciben la palabra y actúan, y luego profetizan. Es lo que pasa en el bautismo y a lo largo de la vida cristiana. Para facilitarnos la escucha de la palabra, estamos llamados a reproducir el desierto de Juan: silencio, escucha, distanciamiento de las cosas que gritan y no nos dejan escuchar a Dios que habla y nos envía en su nombre. Y dejemos que su palabra nos lleve a dónde él quiera.