El cristiano de hoy día está rodeado de tantos problemas, atractivos, preocupaciones…, que con frecuencia cuesta mantener nuestra mente y nuestro corazón orientados a las cosas que son realmente importantes y no ser atrapados por las cosas del día a día.

El cuento que le presentamos hoy ofrece una solución que nos puede dar una pista para cuando nosotros también queramos evitar ser atrapados por el mundo actual y sus preocupaciones

Cuentan que un rey muy rico de la India tenía fama de ser indiferente a las riquezas materiales y hombre de profunda religiosidad, cosa un tanto inusual para un personaje de su categoría.

Ante esta situación y movido por la curiosidad, un súbdito quiso averiguar el secreto del soberano para no dejarse deslumbrar por el oro, las joyas y los lujos excesivos que caracterizaban a la nobleza de su tiempo.

Inmediatamente después de los saludos que la etiqueta y cortesía exigen, el hombre preguntó:

  • “Majestad, ¿cuál es su secreto para cultivar la vida espiritual en medio de tanta riqueza?

El rey le dijo:

  • Te lo revelaré si recorres mi palacio para comprender la magnitud de mi riqueza. Pero lleva una vela encendida. Si se apaga, te decapitaré.

Al término del paseo, el rey le preguntó:

  • ¿Qué piensas de mis riquezas?

La persona respondió:

  • No vi nada. Sólo me preocupé de que la llama no se apagara.

El rey le dijo:

  • Ese es mi secreto. Estoy tan ocupado tratando de avivar mi llama interior, que no me interesan las riquezas de fuera.

Muchas veces deseamos vivir como mejores cristianos y tener vida espiritual, pero sin decidirnos a apartar la mirada de las cosas que nos rodean y deslumbran con su aparente belleza. Procuremos «ver hacia adentro» y avivar nuestra llama espiritual, pues:

  • Al tener nuestra mente y nuestro corazón puestos en el Señor, podemos aprender a conocerle y amarle.
  • Las trivialidades y preocupaciones de la vida no podrán apartarnos del buen camino.
  • Crecerá nuestro amor por la familia y nuestros semejantes.
  • Viviremos alegres en esta vida, preparándonos para alcanzar la felicidad eterna al lado de nuestro Padre.

Todo hombre tiene siempre un “tesoro” que intenta cuidar, proteger y acrecentar. Si su tesoro es el dinero, ahí estará su corazón. Si su tesoro es el poder, en ello pondrá todo su empeño. Pero, cuando nuestro tesoro es Cristo, el esfuerzo que hemos de realizar no ha de ser menor; es más, tendría que ser mayor pues el tesoro tiene mucho más valor.