Lucas habla, como Mateo y Marcos, del período de cuarenta días de Jesús en el desierto, donde es tentado por Satanás; y, como Mateo, relata las tres tentaciones. Pero cambia el orden para terminar con la del templo de Jerusalén: todo su evangelio mira hacia la ciudad santa. En el relato del Bautismo se manifiesta el amor del Padre: “Tú eres mi Hijo, el amado”, y en el desierto vemos el amor del Hijo por el Padre. El diablo, en la primera tentación, se refiere precisamente a su filiación divina: “Si eres Hijo de Dios”. Jesús está lleno del Espíritu Santo, y es el Espíritu quien lo conduce al desierto. Para Mateo, las tentaciones ocurren al final de los cuarenta días de ayuno; para Lucas, se desarrollan a lo largo de todo el período, como para decirnos que, durante la oración más intensa, en la mayor cercanía a Dios, es posible que las pruebas sean más numerosas.

La primera tentación se refiere al uso del poder de ser hijo de Dios. Jesús se niega a usar el poder divino para sí mismo; es un poder que, por ser divino, siempre y sólo lo usará en el servicio a los demás: sanará, alimentará, perdonará, salvará. Así, del tesoro de la Iglesia todo cristiano está invitado a utilizar los bienes espirituales y materiales para el servicio de los demás y no para el beneficio propio, aunque sólo sea su vanagloria. Ante la propuesta de transformar las piedras en pan, Jesús responde con el Deuteronomio: “No sólo de pan vive el hombre”. La palabra de Dios rechaza al tentador.

En la segunda tentación, el diablo lleva a Jesús hacia arriba, proponiéndole conquistar el poder terrenal del dominio sobre todos los reinos temporales y la correspondiente gloria, evitando pasar por el camino de la pasión y muerte de cruz en obediencia al plan del Padre, pero inclinándose a la adoración del príncipe de este mundo. Jesús, con la absoluta sencillez de la Escritura (Dt 6, 13), le dice que la adoración y el culto sólo se deben a Dios. Así manifiesta su adhesión total al designio misterioso del Padre: el camino de la aniquilación en la muerte de cruz para ser después “exaltado a la diestra de Dios” (Hch 2, 33).

En la tercera tentación, el diablo imita a Jesús y se sirve de la Escritura para convencerlo para que se arroje desde lo más alto del templo, pidiendo al Padre una intervención milagrosa para salvarle. Es la tentación de pedir a Dios que use su fuerza para un capricho nuestro que no está en sus planes. “Está escrito: no tentarás al Señor tu Dios”. Dios está presente, nos ama y nos salva según su providencia y sus tiempos, que a veces contrastan con nuestras expectativas. El diablo está vencido, pero volverá en el tiempo en que llegue el fin. Jesús lo vencerá nuevamente con su obediencia total al Padre.