“Sacerdotes al servicio de una Iglesia en camino”

Queridos diocesanos:

En la celebración del Año Santo Compostelano las palabras peregrinación y camino encuentran un eco especial que se trasluce en el lema de la Campaña del Día del Seminario coincidiendo con la solemnidad de San José, patrono de la Iglesia.

Mirar a nuestros seminarios

Es una fecha en la que miraremos de manera especial a nuestros seminarios no con la nostalgia del pasado sino con la preocupación de que los seminaristas actuales puedan recibir la formación adecuada para ser sacerdotes al servicio de una Iglesia en camino. “La experiencia y la dinámica del discipulado, que dura toda la vida y comprende toda la formación presbiteral, requiere un tiempo, durante el cual se invierten todas las energías posibles para arraigar al seminarista en el seguimiento de Cristo, escuchando la Palabra, conservándola en el corazón y poniéndola en práctica” (RFIS 62). En el Seminario Mayor y Menor los seminaristas han de tener conciencia de que peregrinan a la Diócesis no con la sensación de pesadumbre, melancolía y desesperanza con las que los discípulos de Emaús caminaban a su aldea después de la crucifixión del Señor. La diócesis es el Emaús en el que han de descubrir a quien les ha acompañado durante el camino del Seminario y que tal vez no han reconocido por su ensimismamiento. Por eso, queridos seminaristas, os pregunto como lo hizo el Resucitado con los de Emaús: ¿qué conversación traéis mientras estáis en el Seminario? El Seminario no puede ser el cántaro donde recojáis las añoranzas de lo que habéis dejado, lamiendo constantemente las llagas de vuestras renuncias. Es el ámbito donde tenéis que encontrar a los que peregrinan hacia el sacerdocio y encontrarse consigo mismo para ir respondiendo a esas últimas o penúltimas preguntas que cada uno lleva en el morral de su vida a las que es preciso darles respuesta sin dejarse llevar por la apatía o la indiferencia. De la esperanza vocacional al sacerdocio hoy, se podrá percibir el futuro de la diócesis mañana.

Al servicio de una Iglesia en camino

Os preparáis para servir a la Iglesia en camino que cada día ha de descubrir horizontes nuevos más allá de toda actitud estática y pasiva. Una Iglesia que no espera a que vengan, sino que va ella al encuentro de los hombres de nuestros días, sabiendo que el hombre es el camino que tiene que recorrer. Es la Iglesia en salida, tantas veces hospital de campaña, de la que nos habla el papa Francisco. En el ministerio sacerdotal habéis de estar dispuestos a beber el cáliz del Señor, es decir, participar en la misma suerte de quien vino a servir y no a ser servido. Fácilmente tendemos a sacar del baúl de los recuerdos privilegios o distinciones, arropados por actitudes bajo formas de religiosidad para distinguirnos, que nos alejan de los demás. “No sea así entre vosotros; el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros que sea vuestro esclavo” (Mt 20, 26-27). Para ponerse en camino hay que salir de la tierra propia, de esa burbuja que encapsula y que nos hace referenciales alejándonos del Señor, de los demás y de la misma Iglesia. ¡Calzaos las sandalias de la esperanza! La esperanza no puede nacer de la opulencia ni tampoco de una Iglesia acomodada en la autoconservación, orgullosa del prestigio y reconocimiento de los hombres. La Iglesia sigue a Cristo Crucificado, y es al Padre y no a nosotros a quien queremos que ellos den gloria. Por eso, las sandalias nuevas de la Iglesia son las de la esperanza, porque nos facilitan el caminar, y “pisar” aclamaciones o rechazos al seguir a Jesús, sin desviarnos ni a un lado ni a otro de la misión encomendada. Son las que nos hacen caminar, con poder de pisar serpientes y escorpiones (Cf. Lc 10, 19). La Iglesia es así libre, para no caer en el triunfalismo, pues sabe que el Reino solo viene a nosotros a través de la cruz. Por eso dice el Señor: “no os alegréis de que los espíritus se os sometan, sino de que vuestros nombres estén escritos en los cielos”. Así también se ve inmune al desaliento, pues el Crucificado vive definitivamente vuelto hacia todos. Ni el aplauso le hace olvidar a quien sigue y a quiénes ha de servir, ni el rechazo le aparta de su adhesión al Evangelio y a los últimos. Para recibir el don de la esperanza, la Iglesia tiene la cintura ceñida, vigila su propia libertad y no quiere buscar refugio en estructuras de influencia, evitando que se corrompa su sal, se apague su luz y se desvirtúe su levadura.

Exhortación final

Recemos constantemente por los llamados al sacerdocio. Y dentro de nuestras posibilidades colaboremos económicamente para que nuestros Seminarios Mayor y Menor tengan los medios necesarios y adecuados para ofrecer la mejor formación humana, intelectual, espiritual, comunitaria y pastoral a quienes se preparan para recibir el ministerio sacerdotal. Los ponemos bajo el patrocinio del Apóstol Santiago, de San José y de María, Reina de los Apóstoles.

Os saluda con todo afecto y bendice en el Señor,

 

+ Julián Barrio Barrio,

Arzobispo de Santiago de Compostela.