Desde la zarza ardiente, Dios llama a Moisés para que hable a su pueblo en su nombre y lo conduzca desde la liberación de Egipto hacia la tierra hermosa y espaciosa donde fluye leche y miel. Dios se compadece de los sufrimientos de su pueblo y le revela su nombre, “Yo soy el que soy”, que puede significar: “Yo soy el que está presente y siempre estará a tu lado”. Respondemos con el Salmo 102: “Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa, y te colma de gracia y de ternura”.

Pero Pablo recuerda a los Corintios que en el desierto el pueblo de Israel no agradó a Dios en varias ocasiones. Murmuraron contra Moisés y Aarón, y Dios les envió un azote y murieron a miles; y cuando protestaron contra Dios y Moisés por haberlos conducido al desierto, aburridos del maná, perecieron en gran número mordidos por serpientes. Pablo explica que “estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no codiciemos el mal como lo codiciaron ellos”.

Esto nos ayuda a comprender las palabras de Jesús en respuesta a las trágicas noticias que le contaron sobre los galileos que murieron a manos de Pilato. Jesús explicita su pregunta oculta: ¿fue por sus pecados? Pero él niega que sea ésa la causa, y especifica que esto vale también para cualquier evento trágico, como la torre que se derrumba matando a muchos, debido a causas naturales o a errores humanos. Están todas las posibilidades con las que nos enfrentamos cada día y que plantean la pregunta: pero ¿dónde estaba Dios? Y llevan a la respuesta fácil de que Dios no es bueno o se desinteresa por nosotros, que, tarde o temprano, lleva a negar su existencia. Jesús nos ayuda a dar el sentido verdadero a esos acontecimientos. Nos quita el falso pensamiento de que haya culpa en quien es golpeado por la pérdida de la vida u otros males, y nos explica que estas cosas miran a nuestra conversión, para volver a Dios como único Dios y al bien vivir que manifiesta su bondad. Nos recuerda que también nuestra vida es frágil y puede terminar en cualquier momento y, si no nos convertimos, no estaríamos preparados y correríamos el riesgo de la segunda muerte, la eterna.

En la siguiente parábola, Jesús reinterpreta a la luz de la misericordia el episodio de la higuera sin fruto, narrado por Marcos y Mateo, que él había maldecido y secado instantáneamente. Aquí, en cambio, en la parábola, Jesús en el papel del viñador pide al Padre que deje ese árbol un año más para que dé el fruto esperado. Jesús intercede siempre por nosotros ante el Padre. Y en este diálogo de amor entre el Padre y el Hijo se cumple la historia de la redención.