“Solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: ‘Ese acoge a los pecadores y come con ellos’”.

Esta introducción de Lucas nos ofrece una clave de lectura para su obra maestra, la parábola del padre misericordioso y sus dos hijos: los más alejados de Dios se acercan y escuchan a Jesús, mientras que los escribas y fariseos, que deberían estar más cerca de Dios, “murmuran”, lo critican precisamente por su cercanía a los pecadores.

La parábola es una manera maravillosa de hablar, con un relato realista y abierto, para que todos puedan dejarse conmover en el corazón y se involucren. Para que los primeros se den cuenta de que Dios puede hacerlos renacer como niños, y los segundos, de que su forma de pensar y actuar está a años luz de la de Dios.

El joven pide su parte de la herencia a un padre que, en realidad, querría darle todo lo que tiene, ya que le dirá a su hijo mayor “todo lo mío es tuyo”. Al alejarse de ese “todo”, pierde su identidad de hijo, dilapidando la herencia que le recordaba su origen y naturaleza. Con el cuidado de los cerdos pierde aún más dignidad, en contacto con animales considerados impuros, en tierra de paganos.

La penitencia por su pecado es el sufrimiento por estar lejos, la convicción de haber perdido la relación con su padre, la aceptación de hacerse siervo, el esfuerzo de levantarse, de resucitar, de tomar el camino de regreso a la casa de su padre, la ansiedad acerca de cómo acabará aquello.

El padre corre a su encuentro, le abraza, le besa y no le deja decir “trátame como a uno de tus jornaleros”. En cambio, lo colma con todos los signos posibles de su ser hijo, y no siervo: el vestido más hermoso, el anillo de la familia en el dedo, los zapatos en los pies y el becerro cebado, para festejar con alegría su regreso.

El hijo mayor, físicamente cercano, sin embargo, tiene el corazón alejado de su padre y no se alegra, piensa a su hermano como “este hijo tuyo”, detalla con desprecio sus pecados al padre, que, en cambio, nunca los había mencionado.

Y su padre, no obstante, ha salido a su encuentro como hizo con su hermano menor y lo invita a convertir su corazón conforme a su corazón paternal, a dejar de trabajar en su casa como jornalero, a considerar todos los bienes de su padre como su herencia, incluso a ese hijo que es, en realidad, “este hermano tuyo”.

La parábola termina abierta, para que cada uno de los que oyeron a Jesús, y cada uno de nosotros que escuchamos este Evangelio, nos dejemos interpelar por las palabras del Padre y dejemos que el amor del Padre cambie nuestra vida, tanto si estamos en el papel del hijo menor como en el lugar del mayor. O en el de ambos.