Comentario al Domingo de Ramos
Jesús preparó a los suyos de muchas maneras para aquellos días de Pascua. Al entrar en Jerusalén, lloró por la ciudad amada que no se daba cuenta de ser visitada por el Hijo de Dios. En la última cena manifestó su deseo ardiente de comer con ellos una Pascua única, con la entrega total de sí, en la comunión con ellos. Se dedica con paciencia a corregir una vez más su afán por querer ser el mayor entre ellos. Les anticipa la traición de Judas, y a Pedro su negación y su arrepentimiento. A pesar de sus limitaciones y traiciones, Jesús les renueva la confianza: “Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas”. A Pedro: “Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos”. Los apoya con las profecías: es necesario que se cumpla en mí lo que está escrito: “Fue contado entre los pecadores”.
En el relato de la oración en el huerto, Lucas prefiere no nombrar a los tres discípulos predilectos. Todos los apóstoles tratan de orar con Jesús y todos se duermen. Como buen médico y discípulo de Jesús, los disculpa diciendo que esto sucedió “por tristeza”. Aparece un ángel que consuela a Jesús, y la somatización de su estado de ánimo: “Le sobrevino un sudor como gotas de sangre que caían hasta el suelo”. Ya el Hijo de Dios se convierte en punto de referencia para cada persona que en la historia es traicionada por los amigos y negada por los hermanos, capturada, encarcelada, juzgada y condenada. Lucas habla de los golpes y burlas de quienes lo tienen bajo custodia, pero no menciona la corona de espinas y azotes. Al interrogatorio ante el Sanedrín sigue el de Pilato, y Lucas añade, único entre los evangelistas, el tercer interrogatorio ante Herodes al que Jesús opone un elocuente silencio, y así relaciona la muerte de Jesús con la de Juan Bautista, su precursor también en esto.
En el camino al Calvario y en la crucifixión y muerte en la cruz, protagonistas son también los personajes que interactúan con él y que gracias a su cruz se van convirtiendo. Las mujeres de Jerusalén que se golpeaban el pecho: “¡No lloréis por mí!”. Simón de Cirene, que como buen fiel carga la cruz “detrás de Jesús”. Los dos malhechores hacen el camino y son crucificados con él. De éstos, el primero en experimentar la eficacia salvífica de la cruz es el buen ladrón. Los soldados se burlaban de él, pero el centurión al ver su muerte dijo: “Realmente, este hombre era justo”. La multitud que miraba pasiva ahora se va golpeándose el pecho. Los del sanedrín lo provocaban para que bajara de la cruz, pero José, uno de ellos, es bueno y justo, pide y obtiene el cuerpo del Señor y lo coloca en un sepulcro nuevo. Que quedará, al tercer día, vacío para siempre, señal de la resurrección.