Al terminar el relato de la Pasión, Lucas presenta a José de Arimatea que pide el cuerpo de Jesús, lo baja de la cruz, lo envuelve en una sábana y lo entierra en un sepulcro nuevo excavado en la roca. Luego escribe: “Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea lo siguieron, y vieron el sepulcro y cómo había sido colocado su cuerpo. Al regresar, prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron de acuerdo con el precepto”. Las mismas mujeres son testigos de lo que sucedió el primer día de la semana, primer día de la vida nueva del mundo. Que empieza por ellas, las mujeres, expertas en acompañar a la muerte y a la vida que comienza: serán testigos del nacimiento de la humanidad de Jesús a una nueva vida, primicia de nuestra vida futura. Cristo Dios encarnado, en medio de la noche nació del vientre de la roca nueva del sepulcro, a una vida nueva.

No habían pensado en cómo quitar la piedra, pero su impulso de amor es recompensado por el autor de la vida: la piedra ya no cierra la tumba. Lucas, que habla de ángeles en varios pasajes del Evangelio, sin embargo dice aquí que a las mujeres se les presentan dos hombres con ropas deslumbrantes. También en los Hechos de los Apóstoles dirá de dos hombres que aparecen y dialogan con los Once después de la ascensión. “Dos hombres” son también Moisés y Elías en el monte de la transfiguración que hablan con Jesús “de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén” (Lc 9, 30-31). Moisés y Elías son también protagonistas de las Escrituras que dan testimonio de Cristo, como explicó Jesús a los dos discípulos de Emaús, “y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas”. Y un poco más tarde a los Once apóstoles y “sus compañeros”, asustados y encerrados en el Cenáculo en la tarde de ese mismo primer día de la semana, abriéndoles la mente a las cosas escritas sobre él “en la ley de Moisés, en los Profetas y Salmos”.

 

Pero sobre todo los dos hombres recuerdan a las mujeres que él, todavía en Galilea, habló de su muerte y también de su resurrección. “Recordad”, dicen estos hombres, o ángeles con rasgos humanos. Las mujeres recuerdan y corren a contar lo acontecido. No son solo tres, sino varias. En el mismo día de la Resurrección, del sepulcro vacío, de las cosas oídas por hombres con una luz particular, experimentan la humillación de los pequeños hacia los fuertes que mandan.

“Ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron”. Por cierto, a Él todavía no lo han visto. Pero creen en base a su palabra que ya oyeron en Galilea. Y son bienaventuradas. Logran un primer paso: Pedro sale y va a ver el sepulcro vacío. Pronto todos lo verán a Él y a sus heridas y volverán a escuchar su voz que nunca más morirá.