La pesca milagrosa en el evangelio de Juan tiene lugar después de la Resurrección. Es un episodio de vida cotidiana y de trabajo de los discípulos para ganarse la vida, con significados simbólicos. Ellos son siete, número perfecto que puede aludir a la plenitud de la Iglesia. Simón Pedro guía a esos pescadores como guía a la Iglesia y toma la iniciativa de la pesca, imagen de la evangelización del mundo. Está Tomás, que hizo el acto de fe más hermoso al final del evangelio “Señor mío y Dios mío”, y Natanael, que lo hizo al principio: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios”. Están los hijos de Zebedeo y otros dos: todos estamos allí.

Jesús desde la orilla mira a nuestra vida con bondad e interés concreto: ¿tenéis algo para comer? Así mira a la Iglesia todos los días. El milagro de la pesca dice al discípulo amado que “es el Señor” en la orilla: los hechos de la gracia mueven a la fe. Pedro se arroja desnudo al agua: como el morir y renacer en las aguas del bautismo. Con la fuerza de la gracia y del encuentro con Jesús, Pedro logra sacar de la barca a los 153 peces que poco antes todos juntos llevaron a la orilla con dificultad. Acostumbraba a contar los peces para referir la hazaña, ahora lo hace para testimoniar el milagro. La red es la comunión de la Iglesia. El contar los peces uno a uno es el trabajo de acoger y tratar a cada uno según su diferente personalidad y vocación. En el mismo sentido Jesús habla a Pedro de cuidar a corderos y ovejas; ya les ha hablado del único rebaño.

A la pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?”, Pedro no se atreve a responder “te amo” y ni siquiera “más que estos”. La experiencia de la negación después de haber prometido ¡Daré mi vida por ti!”, lo vuelve más humilde. Vio al discípulo amado recostado sobre el pecho de Jesús y fuerte bajo la cruz: ya no se atreve a pensar que tiene más fe y más amor que los demás. Contesta: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero” y Jesús en las siguientes preguntas se adapta a él. En la segunda ya no pone comparación con los demás, pero sigue preguntándole ¿me amas? Pedro sigue sin atreverse: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús se acerca en la tercera pregunta: ¿me quieres? Pedro comprende que le está acompañando a hacer un camino para borrar las tres negaciones. Y le responde con confianza: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”. Los hechos que Jesús pide como consecuencia de este amor son siempre el apacentar a sus ovejas. Con comida adecuada, come él, escogió pan, pescado y brasa aptas para sus discípulos. Pedro no se atrevería a decir como antes de la pasión, confiando en sus fuerzas: “Te seguiré a donde quiera que vayas”. Entonces puede decírselo Jesús: “Sígueme”.